miércoles, 2 de octubre de 2013

Apuntes sobre clase obrera, subjetividad y conciencia



En este post queremos retomar, desde un punto de vista teórico, algunos debates que se vienen esbozando en la revista Ideas de Izquierda.

En el primer número de Ideas de Izquierda, debatimos con aquellos que consideran al peronismo como una invariante de la conciencia obrera en la Argentina. En la entrevista con Daniel James publicada en el N° 2 de esta revista, el reconocido autor de Resistencia e Integración hace alusión a la idea de “doble conciencia” para comprender la relación de los obreros con la izquierda y el peronismo. En el número 3, Juan Hernández analiza críticamente el uso de esta noción de “doble conciencia” en tanto permite comprender analíticamente una situación histórica concreta, pero alerta con que también puede generar una lectura estática de la cuestión. En la entrevista con Juan Carlos Torre, que se publica (rá) en el número 4, se retoma el tema de la “doble conciencia”. 

En última instancia, todas estas discusiones remiten al problema de la relación histórica de la clase obrera con el peronismo en la Argentina, a la cuestión más general de la relación entre la lucha sindical o económica y la lucha política socialista; y por último al problema de en qué medida el marxismo da cuenta de la “evolución” y los saltos de la conciencia de la clase obrera.

La “doble conciencia” como categoría metodológica 
y como categoría histórica concreta

Se pueden considerar dos planos en los cuales pensar la categoría de “doble conciencia”. Uno, el que tiene que ver con una cuestión “estructural” del capitalismo (y en ese sentido como categoría metodológica general) y otro, que tiene que ver con la expresión histórica concreta de la subjetividad de la clase trabajadora y las formas en que se ha articulado la contradicción entre la combatividad de la acción sindical y la moderación de la acción política. Partiendo de que para el marxismo tal categoría no responde a un ideal a conquistar, sino una constatación de cómo el capital moldea la subjetividad de la clase obrera, que a su vez se modifica con la experiencia de lucha de clases.

Esta diferenciación (entre una "esfera" económica y otra política NdR), por supuesto no es un problema teórico, sino práctico. Ha tenido una expresión práctica inmediata en la separación de las luchas económicas y políticas que han tipificado los movimientos de las clases obreras modernas. Para muchos socialistas revolucionarios esto no ha representado más que el producto de una conciencia engañada, "subdesarrollada" o "falsa". Si a eso se redujera todo, sería más fácil superarlo, pero lo que ha provocado que el "economicismo” de las clases obreras sea tan tenaz es que corresponde, en efecto, a las realidades del capitalismo, a las formas en que la apropiación y la explotación realmente dividen los ámbitos de la acción económica y política, y de verdad transforman en asuntos claramente "económicos" determinados asuntos políticos esenciales, luchas por el dominio y la explotación inextricablememente ligadas, en el pasado, al poder político. Esta separación estructural podría ser, por cierto, el mecanismo de defensa más eficaz con que cuenta el capital. (Ellen Meiksins Wood. Democracia contra capitalismo. Siglo XXI. 2000 pág. 26)

En este sentido general, puede hablarse metafóricamente de “doble conciencia”, o de la tendencia a la combinación entre la combatividad y proximidad con posiciones u organizaciones de la izquierda para la lucha económica y el apoyo a alguna variante patronal en el terreno político, pero no como propia de una naturaleza inmutable de la clase obrera, sino como manifestación ideológica de la forma de funcionamiento y de explotación específicas de la sociedad capitalista. Si bien visto desde el punto de vista del cuestionamiento del capitalismo en su conjunto, el sindicalismo supone una forma de conciencia burguesa y por ende el carácter contradictorio de la “doble conciencia” resulta relativo, es sobre esta tendencia inherente en el capitalismo a separar la economía de la política (que afecta a todas las clases); que hay que pensar las formas posibles de evolución de la conciencia obrera desde la pelea por sus intereses inmediatos, hacia una perspectiva de lucha política socialista.

Desde este punto de vista, la "doble conciencia" sería la forma inicial en que se desarrolla la subjetividad de la clase trabajadora, la cual por su carácter internamente contradictorio (que expresa a su vez la contradicción entra la conciencia y las acciones) plantea la posibilidad de su superación. Resulta útil el planteo de Antonio Gramsci al respecto:

El hombre activo, de masa, elabora prácticamente, pero no tiene clara conciencia teórica de su obrar, que sin embargo es un conocimiento del mundo en cuanto lo transforma. Su conciencia teórica puede estar, históricamente, incluso en contradicción con su obrera. Casi se puede decir que tiene dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria): una implícita en su obrar y que realmente lo une a todos sus colaboradores en la transformación práctica de la realidad; y otra superficialmente explícita o verbal, que ha heredado del pasado y la ha aceptado sin crítica. (…) La conciencia de formar parte de una determinada fuerza hegemónica (esto es, la conciencia política) es la primera fase para una ulterior y progresiva autoconciencia, en la cual teoría y práctica se unen finalmente. Pero la unidad de la teoría y de la práctica no es, de ninguna manera, algo mecánicamente dado, sino un devenir histórico, que tiene su fase elemental y primitiva en el sentido de "distinción", de "separación", de independencia instintiva, y que progresa hasta la posesión real y completa de una concepción del mundo coherente y unitaria (Quaderni del carcere, Ed. Valentino Gerratana, pág. 1385)

Relacionando esta reflexión de Gramsci con su conocida “clasificación” de “Análisis de situaciones y correlaciones de fuerzas”, en el cual establece tres “momentos” para el análisis de las relaciones de fuerzas (el de las fuerzas sociales, el de las fuerzas políticas y el de las fuerzas militares) y plantea que en el segundo “momento” hay un primer nivel en que la clase trabajadora toma conciencia de la necesidad de la lucha contra el patrón, obreros contra el patrón, un segundo nivel en que pasa a la lucha de toda la rama y a referenciarse en el sindicato a nivel nacional e incluso en las iniciativas políticas que aparecen como punto de apoyo de la lucha sindical, en una elemental idea de independencia de clase (más conocido como el “Nivel 2”), y un tercer nivel “hegemónico” de reconocer como propio un partido que se propone elevar a la clase obrera a clase dirigente. Si ligamos la idea de la “doble conciencia” con este desarrollo, podemos sostener que tiene su correlato en la conciencia del trabajador individual con el desarrollo de una concepción que va haciéndose cada vez más coherente desde el punto de vista ideológico, aunque no en términos absolutos sino como tendencia histórica general. En este contexto, la “doble conciencia” es una tendencia producto de la separación entre economía y política en el capitalismo y a su vez el punto de partida de su propia superación, como se ha demostrado en los momentos de ascenso de la lucha de clases y construcción de organizaciones obreras revolucionarias.

Subjetividad, expresión y toma de conciencia

Según distintos enfoques, la conciencia de la clase obrera se “expresa” en sus acciones de lucha. Otros hacen hincapié en sus “instituciones” o formas de organización, incluida la adhesión a determinadas corrientes políticas, burguesas, reformistas, centristas o revolucionarias. Otras corrientes intentan tomar las prácticas de la clase con un enfoque totalizador en lo que se denomina “cultura obrera”. Sin duda, también están los que privilegian enfoques “cuantitativos” u objetivistas de la clase obrera y terminan asignando roles progresivos a la burocracia sindical en tanto agente que juega el rol de negociar salario y condiciones de trabajo.

Desde nuestro punto de vista, todos estos enfoques son parciales y nos resulta más adecuado tomar el concepto de “subjetividad”, (término que también introduce Hernández en el artículo que mencionamos al principio) ya que permite abarcar tanto las disposiciones de fuerza objetiva, la autopercepción y las ideas, como las acciones e instituciones; y poner en relación todos estos elementos. Y es útil para comprender la relación que establece la propia clase entre su condición o fuerza objetiva y su autopercepción subjetiva.

En un sector de los marxistas, tiene mucho peso la posición que supone que la conciencia de la clase obrera "se expresa" objetivamente en sentido revolucionario pero sin romper con las concepciones burguesas. La idea de una experiencia supone la idea de “expresión” en tanto la experiencia une la conciencia anterior con la nueva que se va forjando en una toma de conciencia inherente a la lucha de clases, coexistiendo lo viejo. Sin embargo, la noción inmanentista de “expresión” puede dar la idea también de un cierto mecanicismo o de una conciencia que no tendría formas de expresarse más que como una serie de prácticas sin reflexión sobre la propia práctica, es decir, sin trascender las prácticas particulares y establecer generalizaciones y por ende sin romper con la ideología burguesa. Como afirma León Trotsky, “Ciertamente, «el ser determina la conciencia». Pero eso no significa en modo alguno una dependencia directa y mecánica de la conciencia respecto a las circunstancias externas. La existencia se refleja en la conciencia según las leyes de la conciencia. El mismo hecho objetivo puede tener un efecto político diferente, a veces opuesto, según la situación general y los acontecimientos precedentes” (¿Cuánto tiempo puede durar Hitler?. 1933). Y entre los elementos de la situación general y los acontecimientos precedentes, se encuentran la relación de fuerzas producto de los resultados de la lucha de clases y el rol de las direcciones políticas que juegan su rol moldeando la subjetividad y la conciencia en determinados momentos históricos.

Y además hay que tener en cuenta que una visión estática o evolutiva la “doble conciencia” no prepara para los momentos en que producto de crisis sociales o económicas, catástrofes o guerras, se agudiza la lucha de clases y se desarrollan las condiciones para saltos en la conciencia y en la práctica del movimiento obrero y de masas, es decir para los momentos de revolución:

El marxismo se considera como la expresión consciente de un proceso histórico inconsciente. Pero el proceso “inconsciente” en sentido histórico-filosófico, y no psicológico, sólo coincide con su expresión consciente en sus puntos culminantes, cuando las masas por el empuje de sus fuerzas elementales rompen las compuertas de la rutina social y dan una expresión victoriosa a las necesidades más profundas de la evolución histórica. La conciencia teórica más elevada que se tiene de una época en un determinado momento, se fusiona con la acción directa de las capas más profundas de las masas oprimidas alejadas de toda teoría. La fusión creadora de lo consciente con lo inconsciente es lo que se llama comúnmente inspiración. Las revoluciones son momentos de arrebatadora inspiración de la historia. (...) (Mi Vida. pgs. 349/350 349) 


Conciencia y lucha política


Por lo tanto, el análisis de la evolución (o involución) de la conciencia es una cuestión compleja. Y es un debate que no sólo tiene consecuencias teóricas, sino también para la práctica política y la estrategia.


Haciendo su propia lectura de las elaboraciones de E.P. Thompson, Ellen Meiksins Wood afirma: "Negar la autenticidad de la conciencia de clase 'parcial', tratarla de falsa en lugar de como una 'opción bajo presión', históricamente inteligible tiene consecuencias estratégicas importantes. Se nos invita ya sea a buscar agentes sustitutos de la lucha de clases y del cambio histórico, a dejar el campo libre al enemigo hegemónico". (Ellen Meiksins Wood. Democracia contra capitalismo. Siglo XXI. 2000, pág. 124). Esto quiere decir que naturalizar el estadio de “doble conciencia” como un invariable, lleva a eludir la lucha por el desarrollo de la independencia política de la clase obrera hacia la construcción de su propio partido, una opción que se considera prácticamente imposible; y por lo tanto reniega del combate contra las instituciones, corrientes y partidos que intervienen en la formación (o deformación) de la conciencia de la clase obrera, para evitar su desarrollo hacia una perspectiva revolucionaria o socialista. 

Otra vez Trotsky sintetizará esta cuestión vital, demostrando que la conciencia no es homogénea (como no lo es la clase obrera) y es un territorio en disputa que no es reductible meramente a la propaganda y a la educación socialista (en el sentido escolar del término); sino que implica esencialmente una dimensión de combate político y estratégico. “La progresión de la clase hacia la toma de conciencia, es decir la construcción de un partido revolucionario que dirija al proletariado, es un proceso complejo y contradictorio. La clase no es homogénea. Sus distintas partes accederán a la toma de conciencia por caminos diferentes y a ritmos diferentes. La burguesía toma una parte activa en este proceso. Crea sus órganos dentro de la clase obrera y utiliza los que ya existen para oponer ciertas capas de obreros a otras. Diferentes partidos actúan simultáneamente en el seno del proletariado. Por todo esto, durante la mayor parte de su camino histórico, continua dividido políticamente” (León Trotsky “¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado Alemán”. La lucha contra el fascismo en Alemania. CEIP 2013.).

Desde esta misma concepción, Lenin afirmaba que para los socialistas las huelgas son “escuelas de guerra”, porque “tras cada huelga asoma la hidra de la revolución”, y había que medirla y balancearla no tanto en sus resultados inmediatos (que por supuesto cuentan), sino en las enseñanzas que dejaban en los obreros, en el camino de su aprendizaje (su toma de “conciencia”) para la “guerra misma” contra los enemigos.

En este sentido, la "doble conciencia" como categoría histórica concreta en la experiencia del siglo XX se enmarca en una dinámica propia de las conquistas obreras de la segunda posguerra (ampliación de las mismas al precio de la burocratización y cooptación de las organizaciones de masas de la clase obrera).

Mientras en la Argentina surgía el peronismo, en el mundo, producto del complejo proceso de salida de la segunda guerra mundial (que incluyó derrotas y la destrucción de fuerzas productivas, que fueron la base para el desarrollo parcial posterior) se estableció el llamado “pacto keynesiano” en la misma época en la que James relata que comenzó a descubrir la cuestión de la “doble conciencia”, en la experiencia de su padre como delegado de fábrica y militante de izquierda en Inglaterra. Las direcciones del movimiento obrero durante este periodo, tanto en la Argentina frente el peronismo, como a nivel mundial, jugaron un rol en la formación de una subjetividad reformista y posibilista; moldearon la subjetividad y la conciencia del movimiento obrero. 

Continuará.

JDM/FR

martes, 6 de agosto de 2013

Pensar Lenin

Luego de la degeneración estalinista, el nombre de Lenin fue interesadamente asociado a decenas o cientos de "mitos". Fue acusado de ser portador de un pensamiento "rígido", de pretender reglamentar "desde afuera" al movimiento obrero, y por lo tanto, "sustituirlo". Fue estigmatizado como un "estatista" incurable que veía en la dictadura del proletariado el fin último de todo combate y por supuesto, por esta misma razón, un antidemocrático, responsable en última instancia (y en primera) de la aberración estalinista. Se vulgarizó y tergiversó la teoría leninista de la organización, es decir, su concepción de partido, que debía ser altamente disciplinado, en el sentido de una reglamentación obediente y burocrática; inflexible, entendido como formas organizativas muertas y rutinarias; "profesional", en el peor sentido del término.

Los folletos y libros que escribió a lo largo de su vida, y que documentan sus batallas desmienten uno a uno estos mitos (una muy buena selección está en las obras recientemente editadas por el Instituto del Pensamiento Socialista). 

Si, como afirma Gramsci, manifestando su odio a los indiferentes, ser partidista es sinónimo de estar vivo; Lenin fue el hombre más vital del siglo XX. Y esa vitalidad se "siente" a lo largo de toda su obra. Desde las polémicas contra los populistas y economicistas, hasta "el último combate del Lenin". Haber sido el más partidista de la causa obrera es un pecado imperdonable que hace difícil la operación de "canonizar" o "academizar" a Lenin.

Desde el "Qué hacer" donde sentenciaba, polarizando con los econimicistas, que la conciencia "espontánea" de la clase obrera era limitadamente "tradeunionista" o sindicalista, hasta sus escritos después de la revolución de 1905 donde afirmaba que la clase obrera era "intuitiva y espontáneamente socialdemócrata" (en ese momento todos los socialistas se llamaban socialdemócratas). 

Desde la férrea lucha por la formulación del primer artículo de los estatutos en torno a quién debía ser considerado miembro del partido en 1903, donde Lenin peleaba por el mayor compromiso y control de quienes pretendían formar parte; hasta sus planteos al calor de 1905 donde proponía "adoptar formas orgánicas menos rígidas, más ´libres´, más lose" (En alemán: flojo, suelto). 

Estos son sólo ejemplos, en nada más y nada menos de dos cuestiones caras el pensamiento leninista como la conciencia y el partido. Desde una lógica formal pueden verse como afirmaciones contradictorias, pero en realidad expresan un pensamiento dinámico, vivo y abierto a las tendencias de la realidad. La realidad del movimiento obrero y de masas, que expresaban lo más vivo y más "real" de la sociedad rusa de su tiempo y no a las "irreales", opacas y conservadoras estructuras burocráticas de una burguesía que había nacido cobarde.

Si hay un objetivo que cruza permanentemente el itinerario de Lenin es el combate contra todos los obstáculos burocráticos que se interponen al desarrollo revolucionario del movimiento obrero y de las masas. Es una lucha contra todo tipo de regimentación. 

La pelea contra los economicistas no se basaba en una lectura estática de los presuntos límites "naturales" de la clase obrera, trágicamente incapaz de adoptar una conciencia política independiente. Por el contrario, apuntaba a derrotar a aquellos que pretendían encorsetarla en esos límites, porque hay que elevar a la vanguardia del proletariado a la lucha general, política y no reabajarla al nivel de lo que es funcional a la burguesía liberal, es decir, sólo a la defensa de sus intereses corporativos. Eso era adaptarse a la división ideológica impuesta por la burguesía que le permite sostener su hegemonía: la separación entre la economía y la política. 

Desde esta óptica el ¿Qué hacer? no era una lucha contra la la espontaneidad, sino y si se quiere, una lucha por el desarrollo de la espontaneidad que no es más que la "forma embrionaria de lo consciente". Los economicistas pretendían mantener a lo embrionario en ese estado, sin que desarrolle todas las potencialidades que esa misma forma contiene. A la vez lo "espontáneo" no es "natural", sino un producto de la actuación de todas las instituciones burguesas sobre la conciencia del proletariado y las masas. Como se afirma acá "Ya hemos dicho que la sociedad burguesa toda es un gigantesco elemento de desnaturalización y descomposición del movimiento revolucionario". Toda esa "(a)normalidad" estalla en momentos de crisis y revolución y desata abiertamente las tendencias de la "guerra civil larvada" que cotidianamente enfrenta al capital y al trabajo.

Y con el mismo ímpetu presentó batalla para revolucionar por completo la "vieja forma partido", con el auge revolucionario de 1905, porque, justamente, las viejas formas de organización podían convertirse anacrónicamente en una traba burocrática para del cauce revolucionario que adoptaba el movimiento de las masas. En este mismo sentido pueden entenderse sus combates por los soviets (o "por todo el poder a los soviets") cuando estos eran expresión más o menos directa de una nueva forma de estado, de un nuevo poder constituyente, creado por las propias masas en el combate; como su incipiente lucha contra los soviets, cuando se deslizaban peligrosamente bajo dirección conciliadora, hacia convertirse en órganos de apaciguamiento, de contención y moderación reaccionaria; es decir una institución más, "ad hoc" y molesta, pero institución al fin, del orden y la "legalidad" burguesa ("Pues tanto peor para el gobierno y para los soviets (...) porque eso significa que no son más que nulidades, marionetas y que el poder efectivo no está en sus manos". Sobre las consignas, julio de 1917)

Luego de la revolución y con los bolcheviques en el gobierno, la misma lógica y el mismo objetivo político y estratégico guiaba sus concepciones sobre la de "democracia" y el estado, una de las cuestiones más discutidas por los marxistas a lo largo del siglo XX y una de las puertas de entrada a capitulaciones varias.

“Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero; pero ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: ‘Para qué defender, y frente a quién defender, a la clase obrera si no hay burguesía y el Estado es obrero?’ No del todo obrero: ahí está el quid de la cuestión (...) En nuestro país, el Estado no es, en realidad  obrero, sino obrero y campesino. Esto en primer término. Y de esto dimanan muchas cosas. (Bujarin: ¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?) y aunque el camarada Bujarin grite desde atrás. “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?”, no le responderé. Quien lo desee, puede recordar el Congreso de los soviets que acaba de celebrarse y en él encontrará la respuesta. 

Pero hay más. El programa de nuestro partido – documento que conoce muy bien el autor de El abecé del comunismo- vemos ya que nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática. Y hemos tenido que colgarle -¿cómo decirlo?- esta lamentable etiqueta o cosa así. Ahí tenéis la realidad del período de transición. Pues bien, dado ese género de Estado, que ha cristalizado en la práctica, ¿los sindicatos no tienen nada que defender? ¿se puede prescindir de ellos para defender los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad? Esto es falso por completo desde el punto de vista teórico. Esto nos llevaría al terreno de la abstracción o del ideal que alcanzaremos dentro de quince o veinte años, aunque yo no estoy seguro de que lo alcancemos precisamente en ese plazo. Tenemos ante nosotros una realidad, que conocemos bien si no perdemos la cabeza, si no nos dejamos llevar por disquisiciones de intelectuales, o por razonamientos abstractos, o por algo que a veces parece ‘teoría’ pero que, en la práctica, es un error, una falsa apreciación de las peculiaridades del período de transición. Nuestro estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse, y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan nuestro Estado. Una y otra defensa se efectúa a través de una combinación original de nuestras medidas estatales y de nuestro acuerdo, del “enlazamiento” con nuestros sindicatos.

Porque el concepto de ‘enlazamiento’ incluye que es necesario saber utilizar las medidas del poder estatal para defender de este poder estatal los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad”.

Superando la tradición del constitucionalismo burgués, que se propone limitar el poder, mediante la división de poderes, haciendo abstracción de que es una mera subdivisión del mismo poder de la clase explotadora, Lenin es clarísimo en su posición de articular fuerzas sociales e instituciones políticas para que la “hegemonía” de la clase obrera no se transforme en una sustitución de la clase obrera por el aparato estatal presionado por millones de campesinos. 

Y en ese sentido, la “hegemonía” en la que está pensando Lenin contiene un sistema de contrapesos al mismo tiempo muy complejo (por las fuerzas sociales que se propone articular) y muy sencillo (por su claridad de cuáles son los problemas a resolver) entre la vanguardia y las masas de la clase obrera y entre la clase obrera de conjunto y el campesinado, que a su vez debe expresarse en la relación entre las organizaciones obreras y el estado. 


Desde este punto de vista, es totalmente reduccionista y sobre todo falsa,  la lectura ampliamente difundida que presenta a Lenin como un mero teórico de la "alianza de clases" de características "pre-hegemónicas", cuando es Lenin quien logra establecer una visión mucho más clara, compleja y "virtuosa" de qué resolución plantear a la contradicción entre Estado obrero y clase obrera evitando la alternativa de ubicar a esta en un rol subordinado, a diferencia por ejemplo de Antonio Gramsci, que de todos modos, consideraba a Lenin el teórico de la hegemonía por excelencia. 

Por eso los innumerables propagandistas antimarxistas de la "autonomía de la política" hacen a Lenin críticas superficiales, al desconocer esta concepción leninista que articula fuerzas sociales e instituciones en un sistema de contrapesos. La autonomía de la política era perfectamente conocida por Lenin, pero estaba integrada en un pensamiento sobre el Estado que concebía como un objetivo el "fin de la política" con el fin de la sociedad de clases, no en el sentido de que se terminasen los diferendos, los debates y controversias, sino en el de que la "especificidad de la política" como un "oficio" separado de las masas trabajadoras con su consiguiente necesidad de una casta política, sería superada históricamente. 
JDM/FR

martes, 28 de mayo de 2013

Opaca es la realidad…(respuesta a Rosso, Dal Maso, Crivaro) - Post de Fernando Aiziczon


“Salvar la herencia no significa limitarse a ella” (Lenin)


No tiene sentido buscar en cada nuevo movimiento social la reencarnación de Palmiro Togliatti (en eso reside la afirmación sobre el rol inobjetable de los nuevos movimientos sociales en la revitalización de un marxismo estratégico), como tampoco lo tiene el acorazar la teoría marxista dentro del arbitrario campo de lo científicamente válido. Por lo demás, sabemos que nuestro valioso ejemplo de Zanón puede también demostrar que en el propio territorio de Neuquén los ceramistas si bien son el “sujeto obrero” de ningún modo constituyen un actor estratégico al interior del movimiento obrero local que, como seguramente mis grandes amigos lo saben (y sufren), está representado por el sindicato petrolero, que es a la vez ejemplo histórico de sindicato burocrático que puede quebrar tanto huelgas docentes como acompañar con todas sus energías las aventuras políticas más reaccionarias de aquella particular provincia. Sin embargo…


La “confusión de planos” que acusan en particular FR y JDM y que por momentos parece tomar la forma de una demarcación taxativa entre los territorios de lo teórico y lo práctico contiene, a mi modo de ver, una buena parte del problema que aún permanece borroso: no es casual que en el último post parezca que la salida al atolladero emerja bajo la forma de un texto iluminador (“la teorización de Michel Burawoy”), un texto sin dudas interesante pero que poco ayuda a proseguir con el debate sobre núcleo duro de este blog: la hegemonía.

En efecto, uno puede concluir que la operación de Burawoy es, con todas sus virtudes analíticas y la erudición que exhibe, un movimiento de cobertura o resguardo del marxismo como teoría revolucionaria frente a eventuales amenazas liquidacionistas; de allí que muchas de sus nociones y propuestas utilicen palabras como “cinturones de protección” o hipótesis “progresivas” versus las que serían “degenerativas”, con lo que, más que observar la recreación teórica deseada por FR y JDM me permito decir que estamos frente a un intento defensivo-conservador (y por qué no, “a cualquier precio”), esperanzado en la cientificidad del marxismo y, por ambas cosas, tan abrumado por lo que debe ser lo real no obstante lo que dicha instancia –lo real- se empecina en ser (Marx). 

En otras palabras, la confusión de planos es en realidad expresión del dislocamiento entre “la poderosa heurística del marxismo” (como apunta Burawoy) y la dificilísima posibilidad de desarrollarse en términos de política revolucionaria en el plano de lo concreto, fruto de lo cual toda discusión sobre hegemonía tiende al estancamiento. Por eso, supongo, es posible la siguiente expresión de mis interlocutores: 

“En suma, ni tanto ni tan poco. Ni los fenómenos actuales expresan 100% el "núcleo duro" de la centralidad de la clase obrera postulado por el marxismo, ni las hipótesis accesorias (nuevas formas de movimientos sociales diversos) que podrían desprenderse de ellos dan lugar a un nuevo "núcleo duro" sin centralidad de la clase obrera. En suma, no queremos un marxismo dogmático, ni un marxismo posmoderno. Buscamos recrear un marxismo científico (en el sentido utilizado en este post), cuya solidez teórica tenga correlato en la estrategia y la práctica política.” (FR y JDM)

Mientras tanto… o cómo seguir siendo marxista (¿“por la negativa”?)

En la discusión que venimos siguiendo, las nuevas formas de los movimientos sociales expresarían “anomalías” respecto del núcleo duro marxiano, pero en cuanto tales o bien pueden relanzar la teoría (reanimarla) o bien pueden desactivarla e inutilizar el potencial subversivo del mismo (y con ello, claro está, volver inocuas las políticas de izquierda). 

Dicen FR y JDM: 

“La confirmación esencial del "núcleo duro" se dio en la larga-corta historia de la lucha de la clase obrera ‘por la negativa’ en dos sentidos: donde faltó la clase obrera como sujeto, fracasaron la inmensa mayoría de las revoluciones y las que triunfaron (excepcionalmente) tuvieron un desarrollo más que tortuoso. Por otro lado, las corrientes que desarrollaron programas ‘degenerativos’ del marxismo expresaban en parte fenómenos nuevos, aunque no los explicaron científicamente en el marco de la totalidad del sistema capitalista y muchos menos lograron transformar el mundo, es decir, no llegaron a triunfos revolucionarios, pero ‘por otros medios’. El ‘pos-marxismo’ es en este contexto el último producto de los programas degenerativos derivados de la teoría marxista”.

Afirma Burawoy:

“En la ciencia social las anomalías se generan externamente tanto como internamente. Los cambios históricos proveen un fondo en expansión de nuevas anomalías que imponen construir nuevos cinturones de teoría en las ramas y en ocasiones incluso nuevas ramas del programa de investigación (…) En la medida en que al marxismo le interesa cambiar el mundo que investiga y no meramente reflejarlo pasivamente, debe estar especialmente interesado en resolver anomalías y formular predicciones”.

La teoría no puede separarse del contexto histórico en la que se pretende asentar, de lo contrario se cae en una “limitada capacidad para reconocer primero y luego digerir las anomalías”. Pero por contexto histórico no hay que comprender exclusivamente las corrientes políticas que en él se desarrollan y cómo estas pueden o no desviarse de las originales, sino también, y principalmente, un horizonte político-cultural determinado que es el que explica el surgimiento de aquellas: desde los conceptos y categorías circulantes hasta los modos de hablar y hacer política. 

Considero las discusiones teóricas como una práctica que obedece a unas condiciones de posibilidad concretas (la teoría como forma de la política): no se puede discutir ni teorizar algo (hegemonía) impracticable o que no tenga suficiente correlato con el hacer ni con la realidad desde donde se discute. Así, los debates entre populistas y marxistas, entre bolcheviques y mencheviques, los de la III Internacional, o las posiciones de Gramsci obedecen a situaciones pre revolucionarias, coyunturas de gran movilización, o algo que nos resulta inimaginable: grandes y poderosos partidos y sindicatos de izquierda con miles de obreros en sus filas, con una intensa experiencia de representación parlamentaria y nutridos de enormes figuras militantes e intelectuales. Estas fueron las bases de una vigorosa cultura política de izquierda que hoy sirve de referencia.

Con todo, me paro en la vereda de enfrente de aquellos que sueñan con descartar la teoría marxista por el mero hecho de que el contexto es distinto. Comparto la búsqueda de mis interlocutores (¡cómo no!), es más, la recreación de un marxismo de base científica, mientras exista el capitalismo, tiene su humus asegurado (los trabajadores) y sólo desaparecerá (el marxismo) con su “núcleo duro” cuando el capitalismo desaparezca de la faz de la tierra. Así al menos culmina Burawoy su artículo, que no sólo reivindica a Lenin, Trotsky, Gramsci y Rosa Luxemburgo, sino también a personajes tan disímiles como Habermas o R. Bahro.

Más allá de todo aparente pesimismo, lo que más me preocupa no es ni la inocencia ontológica de los nuevos movimientos sociales, ni la (in)voluntariedad hegemónica (y folclórica) del proletariado, ni mucho menos el echar mano a la cientificidad de una teoría (con toda la connotación negativa que hoy en día esa palabra contiene) sino lo que ya dije en otros post y reactualizo con otros elementos: ¿cuál es el precio teórico-práctico a pagar por sostener el “núcleo duro” sin incorporar creativamente el desafío que presentan las diversas “anomalías”, incluso yendo más allá de los nuevos movimientos sociales?, ¿cómo plantear una estrategia socialista aceptando que la realidad de la centralidad del sujeto “obrero” perdió popularidad para ganar en perplejidad a la vez que dicha centralidad sigue siendo irrefutable?. Finalmente, ¿cómo es posible formar una militancia revolucionaria que no cargue sobre su subjetividad política con estas disonancias concretas, disonancias que bien pueden llevar a creer que se acompaña a determinados procesos políticos cuando en realidad se los hostiga por no ser leales al “núcleo duro” del marxismo? 

Si bien la coyuntura reciente (Venezuela, Bolivia) viene demostrando a toda velocidad que los denominados movimientos sociales o las dudosas experiencias de ‘socialismo del siglo XXI’ latinoamericanos que llegaron al poder se encuentran duramente cuestionadas incluso por sus propias bases poniendo en peligro su continuidad o abriendo el camino a derivas furiosamente reformistas (cuestión que de ningún modo invalida pensar el cómo lograron ese éxito inicial y el cómo construyeron hegemonía), no considero saludable dejar pasar la oportunidad de renovar al marxismo bajo la aparente calma que la solidez de su heurística proporciona frente a estos fenómenos concretos (ese y no otro es el sentido de la “intuición” aquí planteada), pues está visto que el problema de la hegemonía tal como vengo sugiriendo sigue siendo una cuestión, además de política, de orden práctico y cultural… en el más “científico” de los términos. 

F.A.

martes, 14 de mayo de 2013

Burawoy, Trotsky, Gramsci y algunas notas para el debate

Llegamos a un cierto estancamiento del debate que se venía desarrollando en este blog, que en cierto modo se sintetiza en este último post, y derivas posteriores y que se podría resumir en la contraposición que sigue: "los movimientos sociales sin la clase obrera no pueden derrotar el capitalismo por lo que es necesario luchar por la hegemonía obrera" vs "la clase obrera es la única que puede derrotar al capitalismo por motivos estructurales, pero hoy por hoy no ve esta perspectiva, mientras los movimientos sociales son activos, por lo cual hay que pensar una hegemonía más laxa o de nuevo tipo".

En "Gris es la teoría, pero...." planteamos que una cuestión es la clarificación teórica y otra que esa clarificación genere de por sí los hechos a los que aspira la teoría. Posteriormente caímos en la cuenta más hasta el final de que podemos estar ante una confusión de planos, que hay que intentar aclarar "científicamente". 

Nos pareció muy útil en este sentido la teorización de Michel Burawoy en este texto clásico, que se continúa acá y que utiliza la teoría de Lakatos, que plantea que la ciencia avanza a través del desarrollo de programas de investigación. Contra una visión que podría llamarse "estancacionista" (que hace que la ciencia siempre esté en el mismo lugar) del falsacionismo popperiano, Lakatos afirma que la teoría avanza o "progresa", refutando las falsaciones y no descartando las teorías frente a eventuales hechos nuevos que la nieguen parcialmente. Entonces postula que existe un "núcleo duro" de la teoría a partir del cual se confronta con la realidad y se trazan hipótesis o teorías accesorias que actúan como un "cinturón de protección" del núcleo duro, a la vez que defienden el poder explicativo de la teoría sin abandonarla. Burawoy hace una reivindicación de Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y Gramsci, en la que plantea que el "núcleo duro" de la teoría marxista puede encontrarse sintetizado en el texto del Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política. En "Dos métodos en pos de la ciencia", plantea que la teoría de Trotsky sobre el desarrollo desigual y combinado y la misma Teoría de la Revolución Permanente son "cinturones de protección" respecto del núcleo duro del marxismo, porque replantea las relaciones entre fuerzas productivas y relaciones de producción, estructura y superestructura, crisis y revolución social incorporando las nuevas realidades que trajo el Siglo XX, pero manteniendo lo esencial de la teoría marxista al mismo tiempo que desarrollándola. En "El marxismo como ciencia" retoma esta idea, reivindicando a Lenin y sus elaboraciones de El Estado y la Revolución, así como a Gramsci por sus teorizaciones sobre la hegemonía. En síntesis, el progreso teórico-científico se desarrolla cuando es capaz de recrearse y reafirmarse innovando porque si se  "rindiera" inmediatamente ante cada hecho que lo niegue y debiera "comenzar todo de nuevo" se estaría siempre en el mismo lugar. 

Siguiendo a Lakatos, Burawoy plantea que un programa de investigación es progresivo cuando logra sostener el núcleo duro con nuevos cinturones de protección que amplían el alcance explicativo de la teoría, mientras los programas "degenerativos" son aquellos que para explicar hechos nuevos van a descartar de plano a aspectos del núcleo duro de la teoría o se recuestan sobre el mismo en forma dogmática. 

Si bien todo este uso de Lakatos tiene el límite de que el propio Lakatos se manifestó en contra del marxismo (cuestión que Burawoy no desconoce pero separa la teoría científica de las opiniones no fundadas del aquel), resulta productivo para pensar no sólo el estatuto científico del marxismo sino la forma y los planos en que avanza la teoría marxista en relación estrecha con los procesos de la realidad en la sociedad capitalista. Y en este marco, Burawoy se puede considerar un gran optimista respecto de las capacidades explicativas del marxismo (nótese que en 1990 discutía contra los que lo daban por muerto y planteaba que habría nuevos desarrollos.... mientras el diputado comunista Massimo Cacciari decía que la voluntad de poder de Nietszche había prevalecido por sobre la lucha de clases de Marx). 

En suma, yendo por partes, se puede considerar a las teorizaciones marxistas sobre la cuestión de la hegemonía como una rama o "hipótesis accesoria" específica, respecto del núcleo duro del marxismo, tendiente a ampliar el poder explicativo de la teoría en dos aspectos: qué rol juega en la lucha de clases del proletariado la lucha por la dirección de los restantes sectores oprimidos, cómo eso se expresa en la superestructura antes de la toma del poder y en las relaciones entre peso social y dirección política después de la toma del poder. En ese marco, partiendo de un aspecto del "núcleo duro" (la clase obrera como sujeto centralizador estratégico) para pensar sus cambios objetivos e históricos (nuevas disposiciones o divisiones / triunfos y sobre todo derrotas en los últimos tiempos) se pueden pensar las contradicciones para volverse sujeto de lucha independiente, condición necesaria,  para convertirse en sujeto hegemónico. 

Partiendo de compartir la idea de que las elaboraciones de Lenin y Trotsky son desarrollos "progresivos" en el sentido antes apuntado (también Rosa Luxemburgo, aunque requeriría un análisis más detallado), la teoría de Gramsci (a las que hicimos referencia en reiteradas ocasiones), podría ubicarse en una intersección entre un programa "progresivo" (Tercera Internacional) y un programa "degenerativo" (Palmiro Togliatti y el PCd'I), por lo cual el trabajo de desandar la idea de hegemonía como opuesta a potencial poder social y político de la clase obrera es clave para cualquier apropiación crítica de su legado teórico, así como la crítica de todos los aspectos de las posiciones gramscianas que se ligan a la deriva centrista de la Tercera Internacional desde 1924 (Ver los intercambios entre Trotsky y el núcleo de la Nueva Oposición Italiana que había sido ordinovista con el destacado Pietro Tresso a la cabeza). 

Asimismo, dentro de esta rama o "cinturón protector" que es la teoría de la hegemonía, hay un elemento específico que la liga al "núcleo duro" del marxismo, que es precisamente la centralidad de la clase obrera en cualquier alianza de clases o de sectores populares "anticapitalistas". En este contexto, puede plantearse que los actuales fenómenos sociales, políticos y de lucha de clases deben analizarse desde el punto de vista de  hipótesis accesorias que generan nuevos "cinturones de protección" y por ende son negaciones parciales, incompletas y contradictorias del "núcleo duro del marxismo" o se considera muerto el "núcleo duro" en tanto este podría mantenerse vivo en una teoría de la hegemonía y hay que reemplazar el marxismo con... vaya a saber qué. La confirmación esencial del "núcleo duro" se dio en la larga-corta historia de la lucha de la clase obrera "por la negativa" en dos sentidos: donde faltó la clase obrera como sujeto, fracasaron la inmensa mayoría de las revoluciones y las que triunfaron (excepcionalmente) tuvieron un desarrollo más que tortuoso. Por otro lado, las corrientes que desarrollaron programas "degenerativos" del marxismo expresaban en parte fenómenos nuevos, aunque no los explicaron científicamente en el marco de la totalidad del sistema capitalista y muchos menos lograron transformar el mundo, es decir, no llegaron a triunfos revolucionarios, pero "por otros medios". El "pos-marxismo" es en este contexto el último producto de los programas degenerativos derivados de la teoría marxista.

Estableciendo estas relaciones entre "núcleo duro" y "cinturones de protección", se puede pensar la dinámica progresiva de fenómenos populares no obreros. Por ejemplo, el rol "izquierdizante" que puede jugar el movimiento estudiantil respecto de la clase trabajadora en caso de desarrollarse en este sector luchas masivas y/o fenómenos ideológicos, que por ejemplo en cierto modo ocurrió en los '70, con cruces donde la figura del estudiante y el obrero se confundían sin perder sus contornos específicos como decía José Aricó. Procesos de resistencia tanto de sectores culturalmente identificados con las "capas medias", luchas estudiantiles, luchas populares contra la minería, movimientos de mujeres, entre otros, están llamados a jugar un rol en la conformación de una alianza obrero popular contra el sistema y en muchos casos pueden partir de posiciones políticas o ideológicas en parte más avanzadas que la clase trabajadora, que es más lenta en su desarrollo, pero, una vez más, con estos fenómenos no puede darse lugar a un marxismo de los "movimientos sociales" o de "hegemonía de izquierdas".

En suma, ni tanto ni tan poco. Ni los fenómenos actuales expresan 100% el "núcleo duro" de la centralidad de la clase obrera postulado por el marxismo, ni las hipótesis accesorias (nuevas formas de movimientos sociales diversos) que podrían desprenderse de ellos dan lugar a un nuevo "núcleo duro" sin centralidad de la clase obrera. En suma, no queremos un marxismo dogmático, ni un marxismo posmoderno. Buscamos recrear un marxismo científico (en el sentido utilizado en este post), cuya solidez teórica tenga correlato en la estrategia y la práctica política.

FR/JDM

martes, 30 de abril de 2013

Gris es la teoría, pero... (una respuesta a Fernando Aiziczon)



Abordar un problema desde el punto de vista de la teoría (función que asignamos arbitrariamente a este blog quienes lo creamos por una decisión propia), no implica en modo alguno que se considere sencilla la resolución de ese problema desde el punto de vista práctico. Tal es el caso de las reflexiones y debates que venimos realizando a propósito de la "cuestión de la hegemonía". Para resumir, el nexo teoría-práctica se podría describir en este caso de la siguiente forma: después de la caída del stalinismo, la restauración burguesa y el apogeo de los "movimientos sociales", la cuestión de la hegemonía no puede pensarse desde presupuestos que partan de oponer "hegemonía" (de "izquierdas") a poder potencial (social) de la clase obrera. Sin pretender pronunciarnos todavía al detalle sobre las formas de resolución práctica de este problema histórico, político, estratégico y hasta nos atreveríamos a decir físico de la clase obrera, consideramos necesario desarrollar una mayor clarificación teórica, como hicimos acá y acá.

Nuestro gran amigo Fernando Aiziczon considera que esta labor es un poco ahistórica. Que si partimos de las condiciones reales actuales, no tiene mucho sentido debatir sobre cuál es la forma más correcta de plantear teóricamente la cuestión de la hegemonía, porque es impracticable en el estado actual de las relaciones entre la clase trabajadora y los movimientos sociales, va contra el sentido común, que es un sentido que tiene la fuerza de ser "espíritu de época".

En ese contexto, y en tren de pensar una nueva forma de hegemonía que contemple los movimientos sociales no obreros y a su vez sortee el atraso de la mayoría de la clase obrera, plantea varias definiciones que queremos comentar:

-Soñamos con Oriente pero despertamos en el Occidente Latinoamericano. Si bien suena sugerente, no explica lo que quiere decir. En distintos materiales de nuestra corriente hemos abordado la cuestión del peso de la democracia burguesa (rasgo "occidental") en la realidad argentina y latinoamericana. Acá y acá, también hemos tomado el tema para ubicar la revolución en la Argentina como una tarea "más difícil que en la vieja Rusia, pero más fácil que en Estados Unidos", retomando análisis de Trotsky y la Tercera Internacional sobre la diferencia entre "oriente" y "occidente". Partimos entonces de que las condiciones de lucha de los marxistas actuales son muy distintas de las de los bolcheviques, lo cual Aiziczon no ignora. Asimismo, vemos que los problemas estratégicos que antes se dividían entre Oriente y Occidente de forma un poco más rígida (aunque siempre la división fue relativa sobre todo en los momentos de más crisis y lucha de clases) tienden a generalizarse por la mayor urbanización y peso social de la clase obrera. Sobre esto volvermos luego.

-Los movimientos sociales abrieron la discusión sobre la "hegemonía posible". Esto es falso o por lo menos no es del todo cierto. La "hegemonía posible" la impuso el PC de Italia en la segunda posguerra (imitado en cierto modo por el PC francés) transformando la idea de que la clase obrera tiene que acaudillar a los restantes sectores oprimidos en una política de colaboración de clases, acompañada de "cultura socialista". Como bien decíamos en los post que linkeamos más arriba, Gramsci en cierto modo abre la puerta para esta posición porque realiza un desplazamiento teórico mediante el cual transforma la hegemonía en un bloque obrero-campesino dirigido por el partido que tiene supuestamente el punto de vista de la clase obrera y eso lo opone relativamente al poder social del proletariado, que identifica con el sindicalismo. Y más en general, toda posición que emparente a la clase obrera con una fuerza modernizante y democrática y oponga esto a la lucha de clases es una forma de "hegemonía posible". Aiziczon no se refiere a estas corrientes, porque hace un corte circunscripto a fenómenos más recientes. Sin embargo, el recorte no resulta útil para pensar la discusión desde el punto de vista de su historia concreta, con lo cual el "historicismo" de su punto de vista, se vuelve un poco "objetivista" (el contexto reemplaza a la historia previa y se transforma en algo dado).

-El problema de los movimientos sociales es que les falta una reflexión estratégica. Precisamente, la principal reflexión estratégica de los movimientos sociales no obreros que en general, salvo casos contados, les está faltando, es ¿donde está la fuerza social con la cual es una necesidad aliarse, para lograr las demandas propias e ir más allá terminando con la causa de nuestros agravios, es decir, el sistema capitalista? Consideramos estos movimientos progresivos, apoyamos sus demandas e incluso buscamos tender lazos con ellos desde las posiciones conquistadas en el movimiento obrero. Pero la principal discusión que les damos es la que poníamos a modo de reflexión ausente. Ahora bien ¿qué reflexión estratégica se puede proponer a estos movimientos si se parte de la idea (en términos absolutos incorrecta) que "la clase obrera no se mueve"? Es decir, la estrategia no consiste solamente en pensar cómo derrotar al enemigo con "lo que hay" (lo cual generalmente lleva a formas diversas de "sustituismo" de la clase obrera y que en casos extremos lleva a sustituirla por un "sujeto cualquiera" que termina con suerte en "revoluciones cualquiera") sino en cómo los sectores más activos logran hacer pie en una fuerza social real. Y en esto hay que retomar al Marx materialista que planteaba que hay que partir de lo que la clase obrera es y no de lo que cree que es donde justamente el desafío es luchar porque en determinadas condiciones pueda convertir su potencia (hegemónica) en acto o, dicho más filosóficamente, batallar porque su realidad coincida con su concepto. El peligro, sino es tener una visión "idealista" de la clase obrera y descartar (y sustituir) su centralidad porque el peso de las derrotas la sacaron del centro de la escena (aunque nunca al nivel de los que anunciaban su muerte, incluso hasta sociológica) en las últimas décadas. En esto es mejor ni llorar, ni reír, sino comprender. Justamente el arte de la política y de la estrategia, está en la preparación para la resolución de esta cuestión práctica, cuando las condiciones de crisis más agudas, mucho más posibles de lo que percibe FA, lo permitan. En nuestros país con las tendencias a la combinación de agotamiento del modelo y decadencia del "proyecto" (lo que periodísticamente llamamos "fin de ciclo") hacen no sólo posible, sino probable, que las "condiciones neuquinas" se generalicen, con todas las particularidades y tradiciones regionales. Y hasta podemos asegurar que no faltará respuesta de la clase obrera.

Apuesta estratégica y objetivo final

El apartado sobre la "hipótesis ceramista" nos parece en general que acerca posiciones y compartimos bastante de lo que dice, salvo por el hecho de que subvalúa la influencia de las peleas políticas y programáticas ( muchas de ellas junto a los compañeros clasistas independientes) para abonar la idea de tener "política hacia la comunidad", ya que si no hubiera habido una posición clara tendiente a desarrollar una práctica de características "hegemónicas", estas características no se hubieran transformado en un sello distintivo de la experiencia de Zanon y el SOECN porque no surgían naturalmente de la "cultura de protesta" del suelo neuquino. Obviamente, que todo esto se potenció por el contexto de crisis capitalista, que hacía más aguda la situación de los obreros, empujaba a la unidad con los desocupados y más en general habilitaba acciones más "radicalizadas" como tomar fábricas  ponerlas a producir, por ejemplo.

Desde este punto de vista, el debate se reduce a qué apuesta hacer. Y no se trata solamente de un cálculo de probabilidades. O Mejor dicho, quizás se trate de qué cálculos hacer y no hacer. Por ejemplo ¿es probable que movimientos ambientalistas, ecologistas, de identidades sexuales, estudiantiles, puedan acaudillar a los pobres de las grandes barriadas populares que crecieron exponencialmente en todo el mundo durante las últimas décadas? Ni el más entusiasta nuevo-izquierdista diría que sí ¿Esto quiere decir que la mayoría de la clase trabajadora considera que esa es su tarea? NO. Pero, como planteaba Marx en La Ideología Alemana“(...) no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida". El rol dirigente, la jefatura del movimiento obrero en cualquier alianza social anticapitalista no deviene de la autopercepción que la clase obrera tenga de sí, que en la mayoría del tiempo es una autopercepción ideológica, es decir, del sentido común burgués, que es el más común de los sentidos, lógicamente en la sociedad capitalista. Este rol viene de su desarrollo como movimiento real, una condición que no es suficiente, pero sí necesaria para el éxito de una empresa no sólo anticapitalista, sino que genere las condiciones para nuestro objetivo final, el comunismo. 

No se puede "saltear" la experiencia de la clase obrera

"Para nosotros el comunismo no es un estado que debe implantase, un ideal al que hay que sujetar la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual". Esta convicción de Marx en las potencialidades liberadoras, no solo de la clase, sino de toda la humanidad, es de la que partía para después pensar la política, las alianzas y la estrategia. Esto no lo convertía en un "esencialista", ya que no hubo mayor crítico del movimiento obrero real de su tiempo, que el mismo Marx. Pero su crítica tenía esta premisa, que encerraba, en última instancia el mayor descubrimiento de toda su ciencia, como sintética y humildemente lo define acá.

Pero, volviendo a la actualidad, no se le puede exigir a la clase trabajadora lo que la propia izquierda revolucionaria no se propone hacer seriamente.

Por eso, no estamos asistiendo al desarrollo de una "hegemonía deseable" ni "posible" ni de ningún tipo. Por el momento, la clase trabajadora está haciendo nuevas experiencias, algunas de las cuales le plantean la necesidad de su unidad interna y la de la alianza con los restantes sectores oprimidos. Esa alianza, tiene que ser un componente claro del "clasismo del Siglo XXI" y la responsabilidad de promoverlo es de los que se reivindican marxistas. Ahora, si la izquierda, porque la clase obrera "no es sujeto", "no se mueve", o no "presta atención a las demandas de los movimientos sociales", levanta el programa de más indemnizaciones frente a los cierres de fábricas, podemos estar seguros de que nunca va a haber nada de lo que queremos tanto nosotros como Aiziczon. Esas "prácticas" de la izquierda realmente existente no aportan, no ya a que la clase se haga hegemónica, sino ni siquiera a que responda como sujeto, es decir, a que recupere su subjetividad. En la época post-restauración la crisis no es sólo de dirección, sino también de subjetividad.

En definitiva, esa nos parece que es la dialéctica entre bases teóricas correctas y la adecuada resolución de los problemas que se plantean en esta etapa preparatoria. Sin un punto de vista "clásico", difícilmente se pueda responder bien frente al surgimiento de "lo nuevo".

JDM/FR

miércoles, 10 de abril de 2013

Una opinión sobre el debate sobre estrategia, hegemonía y “bloque de clases” (post de Octavio Crivaro)






Creo que el debate que vienen haciendo (espero que con muchos seguidores) Juan Dal Maso/Fernando Rosso y Fernando Aiziczon, es extremadamente importante. Tanto que a pesar de que seguramente tenga poco que aportar, quería plantear algunas cuestiones.

Comparto (creo que con los tres participantes del debate) que lo que hace Bensaíd, y en cierto punto toda la izquierda en la “etapa neoliberal”, es hacer una dañina deconstrucción estratégica. A una época de ofensiva capitalista en todos los planos de la vida (y con el consiguiente retroceso del movimiento obrero, de la izquierda, del marxismo y de toda perspectiva revolucionaria), ante la cuál muchos se postraron abiertamente renegando de toda crítica anticapitalista, la discusión que plantea Bensaíd es, ni más ni menos, cómo aggiornar el marxismo a una etapa de derrota que, en últimas, considera insuperable. Por ende, toda estrategia para superar al capitalismo por la vía revolucionaria queda caduda.


Si el pensamiento del marxismo revolucionario (expresión que debería ser una redundancia, pero no lo es), apuntaba a pensar las vías (los sujetos y las “jerarquías”, y los métodos) para vencer al Estado capitalista, y en ese sentido se reflexionaba sobre los bloques de clase, la relación entre la clase trabajadora y las clases o capas subalternas, osea la “hegemonía”, etc., por el contrario, si se considera “que la etapa abierta por la revolución rusa ha sido cerrada”, como plantearon Bensaíd y la LCR, entonces toda estrategia de lucha por el poder queda añeja. Y a lo más que se puede aspirar es a luchas por reformas parciales, por “aumentar la democracia”. Entre estos preceptos, la renuncia a levantar “la dictadura del proletariado”, y la disolución de toda estrategia revolucionaria en una suma indeterminada de sujetos sin jerarquía alguna, hay una profunda lógica: la de la renuncia a la lucha anticapitalista.

Aunque Bensaíd coqueteó con discutir con las diferentes estrategias anticapitalistas antes de morir (insurrección y Huelga General, Guerra Popular Prolongada, etc.), en última instancia esto no era más que un saludo a la bandera, una formalidad, porque si se defiende una estrategia para vencer al capitalismo, aun no ha sido superada la vieja tesis (que no por vieja es dogma) demostración marxista de que por su rol en la producción la clase trabajadora sigue siendo un sujeto (plausible de ser el) organizador de un bloque de clases revolucionario. Siempre recuerdo una cita de Jameson (creo que en su libro contra el posmodernismo), donde con todo el realismo “british” se burla de los que quieren disolver a la clase trabajadora como sujeto (no ontológica, pero sí potencialmente) anticapitalista. Jameson dice jocoso, algo así, con mis palabras: y claro, los marxistas creemos que el sujeto se define en relación a los medios de producción. ¿Y cómo vamos a definirlo, sino? ¿Quién será el sujeto? ¿Las mujeres entre 20 y 35 años que se ubiquen al Oeste del Greenwich? ¿Los doctores de más de 50 años que vivan en capitales donde se hablen idiomas latinos? Jameson tiene razón contra todo el posmodernismo que es derrotista sin decirlo. Pero claro que a esta definición esquelética creo que hay que complejizarla, problematizarla.

Desde Gramsci hasta hoy, la cuestión de la “Hegemonía” se ha complejizado

Yo comparto con Aiziczon una inquietud, a la que los compañeros Dal Maso y Rosso responden algo con lo que tengo 100% de acuerdo teórico y programático, aunque creo que hay que avanzar en problematizar mejor “dónde estamos parados”, lejos de toda visión tranquilizadora. El problema de la “hegemonía” es, verdaderamente, un problemón. Gramsci, cuando reflexiona sobre los problemas de la revolución de Occidente, toma un problema real que es la imposibilidad de que la clase obrera aspire al poder del Estado sin conquistar fracciones de las múltiples clases y capas medias, por intermedio de múltiples políticas que van desde el despliegue basto de su poder revolucionario, hasta políticas culturales y, permítanme, seducciones de todo tipo. Claro que esto no es un invento de Gramsci: la política leninista hacia el campesinado, incluso “torciendo la norma programática”, fue una enorme política hegemónica de la pequeña pero dirigente clase obrera rusa hacia el enorme y heterogéneo campesinado. La Teoría de la Revolución Permanente parte también de este “objetivo estratégico”, sin el cual se cae en un obrerismo o sindicalero o puchista. Pero creo que Gramsci agrega elementos con los cuales enriquecer a la TRP, sobre todo en países centrales, sobre los que igual Trotsky reflexionó política y programáticamente mucho en los 30. Sobre todo en ver que el capitalismo diversificaba el peso de las capas medias, cooptaba nuevos sectores, etc.


Desde la posguerra, y más específicamente desde fines de los 80, al calor de esa “generalización” de democracias degradadas de la que hablan los compañeros, se han extendido y complejizado las “capas medias”, incluyendo la de los países semicoloniales como Argentina. Por ejemplo, en la Posguerra, con el surgimiento de un estudiantado de masas en numerosos países, es trascendental que el movimiento obrero que se proponga objetivos revolucionarios, debe aspirar a conducir batallones “subalternos” más amplios y con enorme peso cultural. De allí que la innovación del 68-69 de la “unidad obrero-estudiantil” sea una fundamental lección estratégica.

Si a Marx le parecían las clases medias una bolsa de papas en el 18 Brumario, la situación actual parece el Mercado Central de frutas y verduras. Esto por un lado. Por otro lado, la clase trabajadora parte de un nivel de organización, de conciencia, de experiencias, de continuidad histórica que, comparado con la época en la que escribe Gramsci, que sabemos era “dramática”, ha retrocedido años luz. Osea: la lucha por la hegemonía de la clase trabajadora sobre todos los “otros” que sufren los miles de agravios y heces que segrega el capitalismo, es más dura y más acuciante que nunca. Y por ende la discusión sobre una estrategia que se separe del sindicalismo o de “todos suman”, es clave.

De hecho, en los ejemplos que ponen todos los artículos del debate, se menciona a Zanon y su política activa hacia todos los sectores explotados por el capitalismo y sometidos por el régimen político emepenista en Neuquén. Hay más ejemplos, sin participación de militantes revolucionarios como Godoy y el PTS. Recuerdo una huelga de electricistas franceses que se negaban a cortar la luz a los barrios populares, y sí se la cortaban a los palacios de gobierno y barrios ricos. También los compañeros obreros del PTS que participan en servicios o transportes (Subte, por ejemplo), tienen que pensar este problema diariamente, para no ser vistos como uno de los que colaboran a empeorar el calvario de viajar en las metrópolis argentinas. Es lo que llamamos “política para los usuarios”, sin la cual es imposible ser “popular” en esos sectores, cuestión que ignoran adrede los sectores que se apoyan menos en esto que en el calor de dudosos lazos con el Estado (conducción del Subte).

Pero que existan tan pocos ejemplos habla 1) de cómo va a tener que “remarla” la clase obrera para arrebatarle la dirección de los “oprimidos” al Estado capitalista; 2) que toda corriente que se precie de revolucionaria y no reflexione sistemáticamente sobre ésto, colabora con la confusión en un momento en que la crisis capitalista, la emergencia de sujetos políticos de todo tipo, y el lento aparecer del movimiento obrero, pone esto a la orden del día.

Comparto el acento de Rosso y Dal Maso en este aspecto que, como se ve, veo “dramático”.

El carácter de los “movimientos sociales” y la situación subjetiva de la clase trabajadora

Más concretamente, ¿es buena la aparición de movimientos políticos (“o MMSS”) que cuestionan los rasgos degradantes de las democracias burguesas? Por supuesto que sí. Son un punto de apoyo para demostrar la degeneración que el capitalismo impone al propio régimen que entronó como “ideal” en los las últimas décadas. Compra de legisladores, coimas, apoyo a industrias que liquidan el medio ambiente, aprobación de ajustes y reformas laborales insólitas, complicidad en tragedias como la de La Plata, etc. En la base de todos los movimientos que podemos sintetizar como “indignados”, está la pútrida acción del capitalismo sobre los regímenes políticos, y en ese sentido estos movimientos son progresivos. Pero por otro lado no hay que ser ingenuos: también expresan el repliegue y el atraso de la clase trabajadora, y esto es lo que, quizá, remarcaría al compañero Aiziczon. 

La emergencia de estos sujetos plantea el nivel de crisis que ya acumulan las otrora “sacrosantas” democracias, pero también la urgencia de que el movimiento obrero se inmiscuya en esos “asuntillos”. La derecha, por ejemplo la griega, es una gran agitadora contra la degradación de las democracias, pero claro que propone una salida que es la de derrotar a los trabajadores, tabicar la posibilidad de unir obreros con inmigrantes, clase trabajadora con movimientos feministas, etc. Es decir que si la estrategia revolucionaria debe proponerse que el movimiento obrero “hegemonice” a la miríada de sectores sociales medios OPRIMIDOS, la contrarrevolución se plantea dividir esta unión, y ganar a estos sectores para una salida bonapartista. A la argumentación de los compañeros Dal Maso y Rosso le agregaría que esto comienza a ser “acuciante”, y que la pelea porque exista una organización internacional revolucionaria, es importante y urgente al mismo tiempo.


Después creo que Aiziczon aunque lo distancia y diferencia, “erra” en mencionar en este debate a la autollamada “nueva izquierda”, como si fueran una expresión (que él critica, claro) de los MMSS. Mientras que los movimientos sociales y políticos que menciono acá y que mencionan los compañeros, aportan elementos nuevos y creativos a pensar la estrategia y enriquecer el programa, la “nueva izquierda” se atragantó con el derrotismo del autonomismo, con el conformismo mínimamente estatalista de los gobiernos antineoliberales, y con el rutinarismo de las organizaciones estudiantiles y sindicales moldeadas por corrientes burguesas. Los “MMSS” giran a izquierda, y la “nueva izquierda” gira a derecha defendiendo, en Argentina, una versión rosa no del chavismo sino del más degradado kirchnerismo.

Hilando un programa: la Comuna es solo el comienzo

Comparto la reflexión sobre el programa y la importancia de las consignas “democrático radicales” para consolidar la “hegemonía”. Ese programa, el que aplicamos como política cotidiana desde el Zanon aliado al MTD, hasta el diputado ceramista que quiere que la burocracia estatal no sea una esponja de recursos materiales, es una enorme palanca para apoyarnos y tirar, ejemplificar, etc. Sí, de todos modos, pienso que, obviamente, la propia emergencia de la clase trabajadora, y también de movimientos democráticos, van a enriquecer, superar y complejizar ese programa que, como ponen los compañeros, viene desde la Comuna, fue retomado por Lenin, y reivindicado por León Trotsky. Creo que hay cuestiones (las sexuales, por ejemplo, o el problema de la destrucción del medio ambiente, por poner unas) que obligan a “repensar” el programa de la vieja y querida Comuna de París por lo que, en ese sentido, el programa que arriesgan los compañeros, que comparto, es solamente el inicio, y no el fin. El otro día, leyendo el primer post de Aiziczon, discutíamos con el compañero Sebastián (que escribe en los blogs) una duda lícita: ¿cómo serían los “órganos de poder obrero” y su relación con la Asamblea Constituyente, y cómo se apoyaría el poder obrero en sectores pro “soviéticos” en un Estado obrero en la actualidad? Da para reflexionar.

lunes, 8 de abril de 2013

Entre la hegemonía posible y la hegemonía deseable (Fernando Aiziczon)


Soñar con Oriente, despertar en Occidente… (Latinoamericano)

Se dice por ahí que uno puede estar equivocado en el modo de tener razón. La clase obrera puede liberarse a sí misma o también puede dejarse dominar y con ello sepultar a toda la humanidad. Seguirá, lo sepa o no, siendo el engranaje que mueve al capital. Nada puede reemplazarla en esa posición estratégica. Sin embargo… 
No es lo mismo dialogar con el sentido común que confrontarlo cerradamente. En nuestro caso “dialogar” es comprender que el sentido común no se limita a una percepción más o menos errada de las cosas; muy por el contrario, el sentido común es tal porque (re)crea la realidad de la cual es expresión; por caso, allí están los movimientos sociales buscando ampliar los alcances de la democracia liberal. Esa real realidad es el punto de partida de mis argumentos, y no, como parecen suponer FR y JDM, de una voluntad de defensa retórica de tradiciones revolucionarias sobre las cuales habría que realizar una operación de aggiornamiento político “a la Bensaid”.
Menciono los movimientos sociales adrede porque fueron ellos los que revitalizaron (“el educador necesita ser educado”) la discusión al interior del marxismo, abriendo la cuestión sobre la hegemonía posible. La clase obrera, sentenciada a muerte o resucitada según la época, sigue su lucha, nadie lo duda, pero fragmentada y bajo un barniz reformista que por poco no la convierte en una estatua viviente (todo lo contrario a pensar de que “todavía tiene prácticas en las que predomina el sindicalismo”, según FR y JDM). Y mientras desde escasas corrientes del marxismo se busca vivificarla insistiendo en que es ella quien echa a andar al capital, los movimientos sociales perseveran en seguir emergiendo bajo múltiples ropajes y demandas: Indignados o lo que fuere, fácil es echarles todo el fardo aludiendo a su carácter “populista” o a su extralimitación en los marcos de la “democracia burguesa”. Repetir eso es, simplemente, repetir. 
El problema con los (nuevos) movimientos sociales, organizaciones que llegaron para quedarse, es que no acompañan su praxis con una reflexión estratégica que busque derribar al capitalismo, a la vez que son expresión de malestar contra él. Toda su ambigüedad y su debilidad relativa se reduce a eso. A pesar de ello, no dejan de presentarse como formas de resistencia o expresiones subalternas sobre las cuales no habría por qué echar condenas de antemano, siempre y cuando se comprenda su origen.
Gran parte de estos movimientos emergieron por demandas ecológicas, de género, de derechos cívicos, entre otras, sin experimentar en sus luchas ningún tipo de solidaridad obrera. ¿Por qué? Porque en su amanecer no la encontraban o no la necesitaban, lo cual también debe advertir en la necesidad de comprender su disociación del eje capital-trabajo.
Otro punto no menor es que muchos de estos movimientos son conformados en sus orígenes por activistas que antaño depositaron sus expectativas en el sujeto en cuestión (obrero) y en las organizaciones que decían representarlos, pero, o se cansaron de apostar a un sujeto que permanecía anquilosado, o en el mejor de los casos cayeron en la cuenta de que lo más dinámico y revolucionario pasaba por otras organizaciones no obreras y que además se presentaban menos cerradas organizativa e ideológicamente.
Finalmente, están las organizaciones autodenominadas “nueva izquierda” o “izquierda independiente”, básicamente barrial-estudiantiles, cuya identidad medular demostró ser, con el paso del tiempo, el no parecerse a la izquierda organizada en partidos, motivo por el cual usan el viejo truco de postularse como “lo nuevo”, borrando para ello la palabra obrero y adoptando al mismo tiempo a líderes como Castro o Chávez.
Resumiendo, estos son parte de los interlocutores con los cuales hay que saber dialogar (más allá de como lo hizo Bensaid). Interlocutores forjados en luchas al interior de la democracia burguesa y que difícilmente piensen subordinar su identidad de origen a un movimiento obrero que demostró ningún interés por sus demandas. (Pensemos, por ejemplo, en las luchas por la legalización del aborto, o contra la megaminería a cielo abierto en el norte o el sur de argentina). 
Así las cosas, carentes de un movimiento comunista mundial que sirva de referencia ideológica, enamorados de socialismos sin revolución, derrotados por herencia, deseando al Estado como medio y fin, se comprende que la idea de hegemonía obrera, más allá de haber sido muy mal planteada, tenga mala fama o, para seguir la argumentación, prácticamente no exista en el “sentido común”. Tanto que, como decía en el post anterior, aún aquellos que comprenden perfectamente la centralidad del Capital como lugar donde se concentran (sin tocarse) todas sus broncas, deciden, por el momento, no ligarse al sujeto obrero por miedo a traicionar a su época, aunque ésta sea la gran época de la restauración capitalista vía democracia liberal. Derechos, derechos, y más derechas.
Y ésta es la gran paradoja de nuestro tiempo. Mientras lo que se tiene que mover no se mueve, lo que sí se mueve se resiste a marchar en aquella dirección. Puntos que apenas se tocan y que configuran una hegemonía posible sobre la cual trabajar. Sin embargo…

La hipótesis ceramista

Lo anterior no puede, no debe configurar por decreto el borramiento del eje capital-trabajo ni postular un único modo de práctica política porque ciertamente, la miseria de lo posible solo conduce una miseria de la política. Y para contrarrestar ese posibilismo afortunadamente tenemos a mano la experiencia de los obreros/as ceramistas de Zanón, increíblemente ignorada por la mayoría de la izquierda y los movimientos sociales a la hora de pensar la hegemonía.
Por eso está muy bien plantear que, sosteniendo contra viento y marea la perspectiva (ahora sí, dentro de la tradición marxista) conocida como hegemonía obrera, se apuntale a la vanguardia realmente existente en términos cualitativos, como parte de las tareas “preparatorias”. Se comprende el punto y de eso se trata: si el sujeto obrero no intuye que debe pelear por su emancipación y que eso incluye indefectiblemente pelear por relaciones de género sin opresión o por la libre elección de la identidad sexual, y que todo eso debe hacerse sin destruir el medio ambiente contemplando el modo en que lo conciben los pueblos originarios, entonces la práctica política sobre esas tareas es un acuerdo elemental, porque son al mismo tiempo las preocupaciones reales de mucha gente, solo que, ¿le llamaríamos a toda esa práctica política -que paradójicamente sirve para “moldear” a la vanguardia existente-, “sujeto/hegemonía obrera”, a secas? Ese y no otro es el terreno de la práctica hegemónica concreta, una práctica que hoy es mucho más compleja que cuando fue formulada, y que no puede plantearse sin aludir el otro gran concepto que Gramsci desenfunda y que rara vez se piensa: el de subalterno. 
Ahora bien, no conviene tampoco tapar al sol con lagañas. Neuquén es excepcional, quizá más que cuando comenzó a vérselo así. La ya mítica “vanguardia neuquina” no tiene parangón en otros lugares de este país, y no es nada nueva, tiene décadas de lucha y experiencia al hombro.
ATEN es el único sindicato docente que se lanzó al corte de rutas a inicios de 2013. De los pueblos originarios que habitan estas pampas el mapuce es sin dudas el más combativo. Ni hablar de los colectivos feministas de esa pequeña provincia. Y así hasta llegar, sin aburrir con los ejemplos, a los ceramistas de Zanón: la experiencia más radicalizada que haya dado el ciclo abierto en 2001. Por eso tampoco es causal que el único diputado de izquierda que levante la propuesta de que legisladores y funcionarios cobren lo mismo que un docente sea justamente Raúl Godoy, obrero de la ex Cerámica Zanón, hoy FASINPAT.
Pero como lo excepcional no quita lo ejemplar, y si tratamos de buscar no modelos sino guías flexibles de acción, es ciertamente desde Zanón que puede reconstruirse la posibilidad de pensar cómo encarar una hegemonía obrera hoy, rastreando los pasos que llevaron desde la recuperación de una comisión interna fabril hasta la obtención de la banca del FIT. Veamos.
Zanón siempre ligó su lucha a demandas regidas por sentimientos de “justicia” emanados del “sentido común” y arraigados en el territorio delimitado en principio por Centenario, la ciudad natal del grueso de sus trabajadores, desde donde volvió la solidaridad elemental abarcando instituciones como escuelas públicas o bibliotecas populares. Solidaridad consolidada con peñas y campeonatos de fútbol, a la vez que enriquecida con el activismo de partidos de izquierda y sindicatos combativos (ATEN, CTA).
Por eso comenzaron a aflorar las consignas: la fábrica “es del pueblo” porque la patronal no pagó su deuda al Estado. El cierre y despido de obreros de Zanón bajo el pretexto del “preventivo de crisis” fue luego contestado con que la producción sirve para pagar salarios e incorporar más trabajadores, pero también para destinarse a un “plan de obras públicas” que emplee a trabajadores desocupados, propuesta que el gobierno nunca aceptó pero que se realizó mediante donaciones de los ceramistas (hospitales, escuelas, barrios pobres, inundados, etc.) y se concretó en la alianza política ocupados y desocupados (MTD-Obreros ceramistas). En otro plano, los multitudinarios recitales “sin policías” o los festejos por el Día del Niño en la fábrica, o las acciones más simbólicas como la fabricación de modelos cerámicos con nombres mapuce o la serie de poemas de Gelman, o mas recientemente la instalación de una Escuela al interior de la fábrica, son todas prácticas que le dieron a esta experiencia un prestigio inmenso en amplios sectores de la sociedad neuquina logrando traspasar fronteras nacionales.
Ahora bien, fue ese vasto plafón de matices comunitario, barrial, sindical, económico, político y cultural, el que selló la adhesión militante merced a que muchos vieron también ahí, muy en sintonía con el “que se vayan todos”, rasgos consejistas, esbozos de autogestión, de autoorganización, de democracia asamblearia, en fin, de lo que se puede considerar, siguiendo a Gramsci, como “sentimientos espontáneos de las masas”. Y aquí es donde puede ubicarse una buena pregunta en relación a lo que venimos debatiendo: “¿puede la teoría moderna encontrarse en oposición con los sentimientos "espontáneos" de las masas?”.Recordemos que en Gramsci el concepto de “espontáneo” es inescindible de lo considerado como “conciente”. Continúa:
“(Espontáneo…en el sentido de no debidos a una actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente, sino formados a través de la experiencia cotidiana iluminada por el sentido común, o sea, por la concepción tradicional popular del mundo, cosa que muy pedestremente se llama "instinto" y no es sino una adquisición histórica también él, sólo que primitiva y elemental). No puede estar en oposición: hay entre una y otros diferencia "cuantitativa", de grado, no de cualidad: tiene que ser posible una "reducción", por así decirlo, recíproca, un paso de los unos a la otra y viceversa". (AG, Espontaneidad y dirección conciente).
Con el tiempo y la lucha (lucha que no podía “disgustar” incluso a sectores dominantes por el simple hecho de que en sus trazos gruesos Zanón también era una lucha económica, por “trabajo digno”), esa experiencia se distinguió holgadamente del resto (aquí se abre otra discusión) y supo traducirse políticamente al idioma electoral ganando una clara posición: la de la banca obrera como trinchera de denuncias y propuestas, como pueden seguirse acá), mostrando articulaciones entre luchas como la organización de “Los sin techo” de San Martín (demandas por vivienda) o los problemas edilicios en las escuelas, problemas de acceso a “espacios libres” (demandas cívicas), la idea del camping social (demandas ecologistas), o apoyando el barrio intercultural logrado a través de la lucha de los mapuce por recuperar sus tierras a manos del Ejército (demandas interculturales).
Esa es la actualidad de Zanón, una experiencia que hoy se proyecta como hegemónica, sin dudas, pero posible por aquella historia previa. La hipótesis ceramista es una guía, pero habría que pensar otros escenarios, como el de Córdoba, donde la izquierda del FIT también posee representación parlamentaria pero su experiencia es casi opuesta al caso neuquino: la banca del FIT no está precedida por ninguna lucha obrera aunque goza de simpatías “ciudadanas” suficientes para repetir mandato; Córdoba es la cuna de la tradición combativa clasista pero hoy está lejos de ella, es decir, posee un enorme movimiento obrero y estudiantil, de sectores estratégicos como el automotriz, pero adormecido y burocratizado; por el contrario, los sectores que más ruido hicieron son los afectados por el modelo de monocultivo de soja, constituyendo la única protesta que contiene en su seno, bajo formato “cívico”, la impugnación integral del modelo kirchnerista.