martes, 5 de marzo de 2013

Hegemonía y Frente Único (acerca de una ponencia de Daniel Bensaïd)

Este artículo de Daniel Bensaïd contiene algunos temas relacionados con el post anterior, pero con un aspecto al que no le dimos tanta importancia: la relación entre la táctica del frente único y la hegemonía (¿o debería ser la relación entre frente único y política hegemónica?). 

Reconstruyamos la argumentación de Bensaïd. 

Plantea que la cuestión de la hegemonía está relacionada desde sus orígenes con la cuestión del frente único. Ejemplos: los análisis de Marx sobre la relación entre el proletariado y los campesinos en Francia bajo Napoleón III, las elaboraciones de la socialdemocracia rusa sobre el rol dirigente del proletariado en la revolución burguesa y las polémicas entre Jaurés y Guesde, sobre los gobiernos de colaboración con la burguesía republicana. En el artículo, en líneas generales, la relación entre frente único y hegemonía se presenta como la cuestión de cuáles son las alianzas de clases que permiten al proletariado llegar al poder. 

Bensaïd se saltea los debates de la Tercera Internacional (que establecen una relación entre frente único, peso dirigente de los Partidos Comunistas en la clase obrera y lucha por el poder) y va directamente a Gramsci para plantear: 

"Es Gramsci quien amplía la cuestión del frente único fijándole por objetivo la conquista de la hegemonía política y cultural en el proceso de construcción de una nación moderna". 

Ubica las discusiones sobre el frente único, no en 1921-22, sino después de la derrota de la revolución alemana de 1923, lo cual a nuestro entender se desliza al planteo de que el FU es una política más permanente para conquistar hegemonía, opuesta sutilmente a la estrategia de toma del poder por la clase obrera, todo ello sostenido en que la diferencia de condiciones entre Rusia y Europa Occidental tendría características más estructurales y epocales y con menos influencia de los vaivenes de las relaciones de fuerzas. 

De esta forma irá identificando "frente único" con "hegemonía" y ésta como algo contrapuesto con un partido "orgánico" de la clase obrera (aunque no abiertamente contra la estrategia de toma del poder por la clase obrera, pero dejando la puerta abierta para esa contraposición en términos más generales). Esta identificación priva a la política de frente único de su aspecto táctico más importante: buscar la unidad del frente proletario; y directamente le recorta su aspecto estratégico: ganar a la mayoría de la clase obrera para posiciones revolucionarias. Las dos condiciones para la posibilidad de la toma del poder. El frente único devenido en "hegemonía" en los términos del Gramsci de Bensaid sólo contiene su aspecto de maniobra. Elogio de la política profana o de la política privada del principal objetivo estratégico a la que está subordinada.

Luego se delimita del eurocomunismo y dice: "El concepto de hegemonía implica entonces en Gramsci la articulación de un bloque histórico en torno a una clase dirigente, y no la simple adición no diferenciada de la categoría de descontentos, la formulación de un proyecto político capaz de solucionar una crisis histórica de la nación y del conjunto de las relaciones sociales."

Embarcado en batallar contra las posiciones posmodernas y postmarxistas, Bensaïd busca en la concepción de Lenin sobre la relación entre partido y clase, la clave para una concepción amplia de la autonomía de la política, que permita establecer un nexo difuso entre representación política e interés de clase:


"La distinción fundadora entre el partido y la clase abría, en efecto, la perspectiva de una autonomía relativa y de una pluralidad de la política: si el partido no se confunde ya con la clase, esta última puede dar lugar a una pluralidad de representaciones. En el debate de 1921 sobre los sindicatos, Lenin fue lógicamente de los que experimentaron la necesidad de sostener una independencia de los sindicatos hacia los aparatos del Estado. Incluso si no sacara todas las consecuencias, su problemática implicaba el reconocimiento de una “pluralidad de antagonismos y puntos de rupturas”. La cuestión de la hegemonía, prácticamente presente pero dejada en barbecho, podía así desembocar en un “cambio de dirección autoritario”, y en la sustitución de la clase por el partido. La ambigüedad del concepto de hegemonía debe ser despejada, ya sea en el sentido de una radicalización democrática o en el de una práctica autoritaria.

"En su acepción democrática, permite vincular una multiplicidad de antagonismos. Es necesario entonces admitir que las tareas democráticas no se reservan únicamente para la etapa burguesa del proceso revolucionario. En su acepción autoritaria, la naturaleza de clase de cada reivindicación es fijada a priori (como burguesa, pequeño-burguesa o proletaria) por la infraestructura económica. La función de la hegemonía se reduce, entonces, a una táctica 'oportunista' de alianzas que fluctúan y varían de acuerdo a las circunstancias. La teoría del desarrollo desigual y combinado obligaría, en cambio, 'a una extensión incesante de las tareas hegemónicas' en detrimento de un 'socialismo puro'."

Desde esta lectura, asigna a la cuestión de la hegemonía el siguiente rol: "La introducción del concepto de hegemonía modifica la visión de la relación entre el proyecto socialista y las fuerzas sociales susceptibles de realizarlo. Impone renunciar al mito de un gran Sujeto de la emancipación. Modifica también la concepción de los movimientos sociales, que no son más movimientos 'periféricos' subordinados a la 'centralidad obrera', sino protagonistas de pleno derecho, cuyo papel específico depende estrictamente de su lugar en una combinatoria (o articulación hegemónica) de fuerzas. La hegemonía evita ceder a la simple fragmentación incoherente de lo social o a conjurarla por un golpe de fuerza teórico, incitando a pensar el Capital como sistema y estructura, cuyo conjunto condiciona las partes."

Por último, en un intento dirigido por igual a sortear la lógica de la centralidad obrera como la de los movimientos sociales o la hegemonía como articulación de movimientos en el marco de la democracia, concluye: 

"Tomada en un sentido estratégico, el concepto de hegemonía es irreducible a un inventario o a una suma de antagonismos sociales equivalentes.


"En Gramsci, hay un principio de reunión de fuerzas alrededor de la lucha de clases. La articulación de las contradicciones alrededor de las relaciones de clase no implica, sin embargo, su clasificación jerárquica en contradicciones principales y secundarias, no más que la subordinación de movimientos sociales autónomos (feministas, ecologistas, culturales) a la centralidad proletaria. Así pues, las pretensiones específicas de las comunidades indígenas de América Latina son doblemente legítimas. Históricamente, han sido expropiadas de sus tierras, oprimidas culturalmente, desposeídas de su lengua. Víctimas del rol opresivo de la mundialización mercantil y la uniformación cultural, se rebelan hoy contra los daños ecológicos, contra el saqueo de sus bienes comunes, por la defensa de sus tradiciones. Las resistencias religiosas o étnicas a los efectos de la globalización presentan la misma ambigüedad que las revueltas románticas del siglo veinte, desgarradas entre una crítica revolucionaria de la modernidad y una crítica reaccionaria y nostálgica por el tiempo pasado. La división entre estas dos críticas viene determinada por su relación con las contradicciones sociales inherentes a las relaciones antagónicas entre el capital y el trabajo. Eso no significa la subordinación de los distintos movimientos sociales autónomos a un movimiento obrero en reconstrucción permanente, sino la construcción de convergencias en donde el capital mismo es el principio activo, el gran sujeto unificador." (todos los destacados son nuestros)


Intentando dar una respuesta no dogmática o esencialista a las posiciones postmarxistas y autonomistas, Bensaïd recayó en cierto modo en una postura afín a estas lecturas. Si no se puede articular "jerárquicamente" la alianza de sectores sociales que corresponde a la hegemonía, en primer lugar, cabría aclarar que no hay hegemonía alguna, dado que no se verifica la jefatura, el liderazgo o el rol dirigente de ningún sector social sobre otro. Si en este marco, el gran sujeto unificador es el Capital mismo, cabe inferir que todos los sectores oprimidos son igualmente "anticapitalistas", como sugiere la práctica del NPA, que Bensaïd ayudó a fundar. Estas deliberadas ambivalencias teóricas tuvieron su resolución práctica en la construcción de un partido del tipo "suma dejerarquizada de movimientos" que fue impotente para intervenir en los principales eventos de la lucha de clases en Francia y hoy paga las consecuencias de su deriva estratégica. En este sentido, podría decirse que la LCR tuvo su propia deriva "eurocomunista", desde el abandono de la perspectiva de la dictadura del proletariado, pasando por las ambiguas formulaciones de apoyo a "gobiernos de ruptura con el capitalismo", hasta la más clara propuesta de "gobiernos anti-austeridad", preparando su salto al reformismo y acumulando todos  los defectos y ninguna de las virtudes de los grandes partidos reformistas del siglo pasado. La afirmación de que un partido se mide por lo que le aporta a su clase, fue una lección gramsciana olvidada por el NPA, más allá del uso que Bensaïd hizo de Gramsci.


Entendemos que las elaboraciones sobre el frente único de la Tercera Internacional (que tienen entre una de sus consecuencias lógicas la política de gobierno obrero), tenían el sentido contrario: del frente único defensivo hacia el frente único ofensivo, mediante una política hegemónica que preparase las condiciones para la lucha directa por el poder. 


Suele ocurrir que de Gramsci casi siempre se utilizan las citas que conviene al citador. En este caso, echemos mano de la siguiente“En la guerra militar, logrado el fin estratégico, destrucción del ejército enemigo y ocupación de su territorio, se da la paz. Es preciso señalar, por otro lado, que para que concluya la guerra basta con que el fin estratégico sea alcanzado sólo potencialmente; o sea, basta con que no exista duda de que un ejército no puede combatir más y que el ejército victorioso‘puede’ ocupar el territorio enemigo. La lucha política es enormemente más compleja. En cierto sentido puede ser parangonada con las guerras coloniales o con las viejas guerras de conquista, cuando el ejército victorioso ocupa o se propone ocupar en forma estable todo o una parte del territorio conquistado. Entonces, el ejército vencido es desarmado y dispersado, pero la lucha continúa en el terreno político y en el de la ‘preparación’ militar” (Lucha política y guerra militar, pág. 122 de Cuaderni del Carcere, Edizione critica dell’Istituto Gramsci a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 2001).


Una lectura con los habituales prejuicios "gramscianos" (es decir del Gramsci que vendió exitosamente Togliatti) podría hacer hincapié en la cuestión de la lucha cultural o de largo aliento, sin embargo, una lectura más atenta, más a tono con el pensamiento de Lenin y Trotsky, indica que la lucha por la hegemonía obrera no se reduce a la previa de la conquista del poder (en los términos que planteamos acá) sino que es necesario sostenerla después de acuerdo al avance o retroceso de la revolución nacional e internacional. Esto ocurre porque se puede entender la lucha por la hegemonía como un recorte sincrónico (qué alianza en tal o cual momento) o desde el punto de vista más histórico como un proceso complejo por el cual la clase obrera se hace del mando y se constituye en clase dirigente de la sociedad, lo cual incluye el antes, el durante y el después del ascenso al poder. Y precisamente, esta comparación de Gramsci entre la lucha política y las guerras de conquista, supone la toma del poder (ocupación del territorio conquistado en forma estable) y por ende excluye la contraposición entre conquista de hegemonía en general con estrategia insurreccional.
FR/JDM

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