martes, 30 de abril de 2013

Gris es la teoría, pero... (una respuesta a Fernando Aiziczon)



Abordar un problema desde el punto de vista de la teoría (función que asignamos arbitrariamente a este blog quienes lo creamos por una decisión propia), no implica en modo alguno que se considere sencilla la resolución de ese problema desde el punto de vista práctico. Tal es el caso de las reflexiones y debates que venimos realizando a propósito de la "cuestión de la hegemonía". Para resumir, el nexo teoría-práctica se podría describir en este caso de la siguiente forma: después de la caída del stalinismo, la restauración burguesa y el apogeo de los "movimientos sociales", la cuestión de la hegemonía no puede pensarse desde presupuestos que partan de oponer "hegemonía" (de "izquierdas") a poder potencial (social) de la clase obrera. Sin pretender pronunciarnos todavía al detalle sobre las formas de resolución práctica de este problema histórico, político, estratégico y hasta nos atreveríamos a decir físico de la clase obrera, consideramos necesario desarrollar una mayor clarificación teórica, como hicimos acá y acá.

Nuestro gran amigo Fernando Aiziczon considera que esta labor es un poco ahistórica. Que si partimos de las condiciones reales actuales, no tiene mucho sentido debatir sobre cuál es la forma más correcta de plantear teóricamente la cuestión de la hegemonía, porque es impracticable en el estado actual de las relaciones entre la clase trabajadora y los movimientos sociales, va contra el sentido común, que es un sentido que tiene la fuerza de ser "espíritu de época".

En ese contexto, y en tren de pensar una nueva forma de hegemonía que contemple los movimientos sociales no obreros y a su vez sortee el atraso de la mayoría de la clase obrera, plantea varias definiciones que queremos comentar:

-Soñamos con Oriente pero despertamos en el Occidente Latinoamericano. Si bien suena sugerente, no explica lo que quiere decir. En distintos materiales de nuestra corriente hemos abordado la cuestión del peso de la democracia burguesa (rasgo "occidental") en la realidad argentina y latinoamericana. Acá y acá, también hemos tomado el tema para ubicar la revolución en la Argentina como una tarea "más difícil que en la vieja Rusia, pero más fácil que en Estados Unidos", retomando análisis de Trotsky y la Tercera Internacional sobre la diferencia entre "oriente" y "occidente". Partimos entonces de que las condiciones de lucha de los marxistas actuales son muy distintas de las de los bolcheviques, lo cual Aiziczon no ignora. Asimismo, vemos que los problemas estratégicos que antes se dividían entre Oriente y Occidente de forma un poco más rígida (aunque siempre la división fue relativa sobre todo en los momentos de más crisis y lucha de clases) tienden a generalizarse por la mayor urbanización y peso social de la clase obrera. Sobre esto volvermos luego.

-Los movimientos sociales abrieron la discusión sobre la "hegemonía posible". Esto es falso o por lo menos no es del todo cierto. La "hegemonía posible" la impuso el PC de Italia en la segunda posguerra (imitado en cierto modo por el PC francés) transformando la idea de que la clase obrera tiene que acaudillar a los restantes sectores oprimidos en una política de colaboración de clases, acompañada de "cultura socialista". Como bien decíamos en los post que linkeamos más arriba, Gramsci en cierto modo abre la puerta para esta posición porque realiza un desplazamiento teórico mediante el cual transforma la hegemonía en un bloque obrero-campesino dirigido por el partido que tiene supuestamente el punto de vista de la clase obrera y eso lo opone relativamente al poder social del proletariado, que identifica con el sindicalismo. Y más en general, toda posición que emparente a la clase obrera con una fuerza modernizante y democrática y oponga esto a la lucha de clases es una forma de "hegemonía posible". Aiziczon no se refiere a estas corrientes, porque hace un corte circunscripto a fenómenos más recientes. Sin embargo, el recorte no resulta útil para pensar la discusión desde el punto de vista de su historia concreta, con lo cual el "historicismo" de su punto de vista, se vuelve un poco "objetivista" (el contexto reemplaza a la historia previa y se transforma en algo dado).

-El problema de los movimientos sociales es que les falta una reflexión estratégica. Precisamente, la principal reflexión estratégica de los movimientos sociales no obreros que en general, salvo casos contados, les está faltando, es ¿donde está la fuerza social con la cual es una necesidad aliarse, para lograr las demandas propias e ir más allá terminando con la causa de nuestros agravios, es decir, el sistema capitalista? Consideramos estos movimientos progresivos, apoyamos sus demandas e incluso buscamos tender lazos con ellos desde las posiciones conquistadas en el movimiento obrero. Pero la principal discusión que les damos es la que poníamos a modo de reflexión ausente. Ahora bien ¿qué reflexión estratégica se puede proponer a estos movimientos si se parte de la idea (en términos absolutos incorrecta) que "la clase obrera no se mueve"? Es decir, la estrategia no consiste solamente en pensar cómo derrotar al enemigo con "lo que hay" (lo cual generalmente lleva a formas diversas de "sustituismo" de la clase obrera y que en casos extremos lleva a sustituirla por un "sujeto cualquiera" que termina con suerte en "revoluciones cualquiera") sino en cómo los sectores más activos logran hacer pie en una fuerza social real. Y en esto hay que retomar al Marx materialista que planteaba que hay que partir de lo que la clase obrera es y no de lo que cree que es donde justamente el desafío es luchar porque en determinadas condiciones pueda convertir su potencia (hegemónica) en acto o, dicho más filosóficamente, batallar porque su realidad coincida con su concepto. El peligro, sino es tener una visión "idealista" de la clase obrera y descartar (y sustituir) su centralidad porque el peso de las derrotas la sacaron del centro de la escena (aunque nunca al nivel de los que anunciaban su muerte, incluso hasta sociológica) en las últimas décadas. En esto es mejor ni llorar, ni reír, sino comprender. Justamente el arte de la política y de la estrategia, está en la preparación para la resolución de esta cuestión práctica, cuando las condiciones de crisis más agudas, mucho más posibles de lo que percibe FA, lo permitan. En nuestros país con las tendencias a la combinación de agotamiento del modelo y decadencia del "proyecto" (lo que periodísticamente llamamos "fin de ciclo") hacen no sólo posible, sino probable, que las "condiciones neuquinas" se generalicen, con todas las particularidades y tradiciones regionales. Y hasta podemos asegurar que no faltará respuesta de la clase obrera.

Apuesta estratégica y objetivo final

El apartado sobre la "hipótesis ceramista" nos parece en general que acerca posiciones y compartimos bastante de lo que dice, salvo por el hecho de que subvalúa la influencia de las peleas políticas y programáticas ( muchas de ellas junto a los compañeros clasistas independientes) para abonar la idea de tener "política hacia la comunidad", ya que si no hubiera habido una posición clara tendiente a desarrollar una práctica de características "hegemónicas", estas características no se hubieran transformado en un sello distintivo de la experiencia de Zanon y el SOECN porque no surgían naturalmente de la "cultura de protesta" del suelo neuquino. Obviamente, que todo esto se potenció por el contexto de crisis capitalista, que hacía más aguda la situación de los obreros, empujaba a la unidad con los desocupados y más en general habilitaba acciones más "radicalizadas" como tomar fábricas  ponerlas a producir, por ejemplo.

Desde este punto de vista, el debate se reduce a qué apuesta hacer. Y no se trata solamente de un cálculo de probabilidades. O Mejor dicho, quizás se trate de qué cálculos hacer y no hacer. Por ejemplo ¿es probable que movimientos ambientalistas, ecologistas, de identidades sexuales, estudiantiles, puedan acaudillar a los pobres de las grandes barriadas populares que crecieron exponencialmente en todo el mundo durante las últimas décadas? Ni el más entusiasta nuevo-izquierdista diría que sí ¿Esto quiere decir que la mayoría de la clase trabajadora considera que esa es su tarea? NO. Pero, como planteaba Marx en La Ideología Alemana“(...) no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida". El rol dirigente, la jefatura del movimiento obrero en cualquier alianza social anticapitalista no deviene de la autopercepción que la clase obrera tenga de sí, que en la mayoría del tiempo es una autopercepción ideológica, es decir, del sentido común burgués, que es el más común de los sentidos, lógicamente en la sociedad capitalista. Este rol viene de su desarrollo como movimiento real, una condición que no es suficiente, pero sí necesaria para el éxito de una empresa no sólo anticapitalista, sino que genere las condiciones para nuestro objetivo final, el comunismo. 

No se puede "saltear" la experiencia de la clase obrera

"Para nosotros el comunismo no es un estado que debe implantase, un ideal al que hay que sujetar la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual". Esta convicción de Marx en las potencialidades liberadoras, no solo de la clase, sino de toda la humanidad, es de la que partía para después pensar la política, las alianzas y la estrategia. Esto no lo convertía en un "esencialista", ya que no hubo mayor crítico del movimiento obrero real de su tiempo, que el mismo Marx. Pero su crítica tenía esta premisa, que encerraba, en última instancia el mayor descubrimiento de toda su ciencia, como sintética y humildemente lo define acá.

Pero, volviendo a la actualidad, no se le puede exigir a la clase trabajadora lo que la propia izquierda revolucionaria no se propone hacer seriamente.

Por eso, no estamos asistiendo al desarrollo de una "hegemonía deseable" ni "posible" ni de ningún tipo. Por el momento, la clase trabajadora está haciendo nuevas experiencias, algunas de las cuales le plantean la necesidad de su unidad interna y la de la alianza con los restantes sectores oprimidos. Esa alianza, tiene que ser un componente claro del "clasismo del Siglo XXI" y la responsabilidad de promoverlo es de los que se reivindican marxistas. Ahora, si la izquierda, porque la clase obrera "no es sujeto", "no se mueve", o no "presta atención a las demandas de los movimientos sociales", levanta el programa de más indemnizaciones frente a los cierres de fábricas, podemos estar seguros de que nunca va a haber nada de lo que queremos tanto nosotros como Aiziczon. Esas "prácticas" de la izquierda realmente existente no aportan, no ya a que la clase se haga hegemónica, sino ni siquiera a que responda como sujeto, es decir, a que recupere su subjetividad. En la época post-restauración la crisis no es sólo de dirección, sino también de subjetividad.

En definitiva, esa nos parece que es la dialéctica entre bases teóricas correctas y la adecuada resolución de los problemas que se plantean en esta etapa preparatoria. Sin un punto de vista "clásico", difícilmente se pueda responder bien frente al surgimiento de "lo nuevo".

JDM/FR

miércoles, 10 de abril de 2013

Una opinión sobre el debate sobre estrategia, hegemonía y “bloque de clases” (post de Octavio Crivaro)






Creo que el debate que vienen haciendo (espero que con muchos seguidores) Juan Dal Maso/Fernando Rosso y Fernando Aiziczon, es extremadamente importante. Tanto que a pesar de que seguramente tenga poco que aportar, quería plantear algunas cuestiones.

Comparto (creo que con los tres participantes del debate) que lo que hace Bensaíd, y en cierto punto toda la izquierda en la “etapa neoliberal”, es hacer una dañina deconstrucción estratégica. A una época de ofensiva capitalista en todos los planos de la vida (y con el consiguiente retroceso del movimiento obrero, de la izquierda, del marxismo y de toda perspectiva revolucionaria), ante la cuál muchos se postraron abiertamente renegando de toda crítica anticapitalista, la discusión que plantea Bensaíd es, ni más ni menos, cómo aggiornar el marxismo a una etapa de derrota que, en últimas, considera insuperable. Por ende, toda estrategia para superar al capitalismo por la vía revolucionaria queda caduda.


Si el pensamiento del marxismo revolucionario (expresión que debería ser una redundancia, pero no lo es), apuntaba a pensar las vías (los sujetos y las “jerarquías”, y los métodos) para vencer al Estado capitalista, y en ese sentido se reflexionaba sobre los bloques de clase, la relación entre la clase trabajadora y las clases o capas subalternas, osea la “hegemonía”, etc., por el contrario, si se considera “que la etapa abierta por la revolución rusa ha sido cerrada”, como plantearon Bensaíd y la LCR, entonces toda estrategia de lucha por el poder queda añeja. Y a lo más que se puede aspirar es a luchas por reformas parciales, por “aumentar la democracia”. Entre estos preceptos, la renuncia a levantar “la dictadura del proletariado”, y la disolución de toda estrategia revolucionaria en una suma indeterminada de sujetos sin jerarquía alguna, hay una profunda lógica: la de la renuncia a la lucha anticapitalista.

Aunque Bensaíd coqueteó con discutir con las diferentes estrategias anticapitalistas antes de morir (insurrección y Huelga General, Guerra Popular Prolongada, etc.), en última instancia esto no era más que un saludo a la bandera, una formalidad, porque si se defiende una estrategia para vencer al capitalismo, aun no ha sido superada la vieja tesis (que no por vieja es dogma) demostración marxista de que por su rol en la producción la clase trabajadora sigue siendo un sujeto (plausible de ser el) organizador de un bloque de clases revolucionario. Siempre recuerdo una cita de Jameson (creo que en su libro contra el posmodernismo), donde con todo el realismo “british” se burla de los que quieren disolver a la clase trabajadora como sujeto (no ontológica, pero sí potencialmente) anticapitalista. Jameson dice jocoso, algo así, con mis palabras: y claro, los marxistas creemos que el sujeto se define en relación a los medios de producción. ¿Y cómo vamos a definirlo, sino? ¿Quién será el sujeto? ¿Las mujeres entre 20 y 35 años que se ubiquen al Oeste del Greenwich? ¿Los doctores de más de 50 años que vivan en capitales donde se hablen idiomas latinos? Jameson tiene razón contra todo el posmodernismo que es derrotista sin decirlo. Pero claro que a esta definición esquelética creo que hay que complejizarla, problematizarla.

Desde Gramsci hasta hoy, la cuestión de la “Hegemonía” se ha complejizado

Yo comparto con Aiziczon una inquietud, a la que los compañeros Dal Maso y Rosso responden algo con lo que tengo 100% de acuerdo teórico y programático, aunque creo que hay que avanzar en problematizar mejor “dónde estamos parados”, lejos de toda visión tranquilizadora. El problema de la “hegemonía” es, verdaderamente, un problemón. Gramsci, cuando reflexiona sobre los problemas de la revolución de Occidente, toma un problema real que es la imposibilidad de que la clase obrera aspire al poder del Estado sin conquistar fracciones de las múltiples clases y capas medias, por intermedio de múltiples políticas que van desde el despliegue basto de su poder revolucionario, hasta políticas culturales y, permítanme, seducciones de todo tipo. Claro que esto no es un invento de Gramsci: la política leninista hacia el campesinado, incluso “torciendo la norma programática”, fue una enorme política hegemónica de la pequeña pero dirigente clase obrera rusa hacia el enorme y heterogéneo campesinado. La Teoría de la Revolución Permanente parte también de este “objetivo estratégico”, sin el cual se cae en un obrerismo o sindicalero o puchista. Pero creo que Gramsci agrega elementos con los cuales enriquecer a la TRP, sobre todo en países centrales, sobre los que igual Trotsky reflexionó política y programáticamente mucho en los 30. Sobre todo en ver que el capitalismo diversificaba el peso de las capas medias, cooptaba nuevos sectores, etc.


Desde la posguerra, y más específicamente desde fines de los 80, al calor de esa “generalización” de democracias degradadas de la que hablan los compañeros, se han extendido y complejizado las “capas medias”, incluyendo la de los países semicoloniales como Argentina. Por ejemplo, en la Posguerra, con el surgimiento de un estudiantado de masas en numerosos países, es trascendental que el movimiento obrero que se proponga objetivos revolucionarios, debe aspirar a conducir batallones “subalternos” más amplios y con enorme peso cultural. De allí que la innovación del 68-69 de la “unidad obrero-estudiantil” sea una fundamental lección estratégica.

Si a Marx le parecían las clases medias una bolsa de papas en el 18 Brumario, la situación actual parece el Mercado Central de frutas y verduras. Esto por un lado. Por otro lado, la clase trabajadora parte de un nivel de organización, de conciencia, de experiencias, de continuidad histórica que, comparado con la época en la que escribe Gramsci, que sabemos era “dramática”, ha retrocedido años luz. Osea: la lucha por la hegemonía de la clase trabajadora sobre todos los “otros” que sufren los miles de agravios y heces que segrega el capitalismo, es más dura y más acuciante que nunca. Y por ende la discusión sobre una estrategia que se separe del sindicalismo o de “todos suman”, es clave.

De hecho, en los ejemplos que ponen todos los artículos del debate, se menciona a Zanon y su política activa hacia todos los sectores explotados por el capitalismo y sometidos por el régimen político emepenista en Neuquén. Hay más ejemplos, sin participación de militantes revolucionarios como Godoy y el PTS. Recuerdo una huelga de electricistas franceses que se negaban a cortar la luz a los barrios populares, y sí se la cortaban a los palacios de gobierno y barrios ricos. También los compañeros obreros del PTS que participan en servicios o transportes (Subte, por ejemplo), tienen que pensar este problema diariamente, para no ser vistos como uno de los que colaboran a empeorar el calvario de viajar en las metrópolis argentinas. Es lo que llamamos “política para los usuarios”, sin la cual es imposible ser “popular” en esos sectores, cuestión que ignoran adrede los sectores que se apoyan menos en esto que en el calor de dudosos lazos con el Estado (conducción del Subte).

Pero que existan tan pocos ejemplos habla 1) de cómo va a tener que “remarla” la clase obrera para arrebatarle la dirección de los “oprimidos” al Estado capitalista; 2) que toda corriente que se precie de revolucionaria y no reflexione sistemáticamente sobre ésto, colabora con la confusión en un momento en que la crisis capitalista, la emergencia de sujetos políticos de todo tipo, y el lento aparecer del movimiento obrero, pone esto a la orden del día.

Comparto el acento de Rosso y Dal Maso en este aspecto que, como se ve, veo “dramático”.

El carácter de los “movimientos sociales” y la situación subjetiva de la clase trabajadora

Más concretamente, ¿es buena la aparición de movimientos políticos (“o MMSS”) que cuestionan los rasgos degradantes de las democracias burguesas? Por supuesto que sí. Son un punto de apoyo para demostrar la degeneración que el capitalismo impone al propio régimen que entronó como “ideal” en los las últimas décadas. Compra de legisladores, coimas, apoyo a industrias que liquidan el medio ambiente, aprobación de ajustes y reformas laborales insólitas, complicidad en tragedias como la de La Plata, etc. En la base de todos los movimientos que podemos sintetizar como “indignados”, está la pútrida acción del capitalismo sobre los regímenes políticos, y en ese sentido estos movimientos son progresivos. Pero por otro lado no hay que ser ingenuos: también expresan el repliegue y el atraso de la clase trabajadora, y esto es lo que, quizá, remarcaría al compañero Aiziczon. 

La emergencia de estos sujetos plantea el nivel de crisis que ya acumulan las otrora “sacrosantas” democracias, pero también la urgencia de que el movimiento obrero se inmiscuya en esos “asuntillos”. La derecha, por ejemplo la griega, es una gran agitadora contra la degradación de las democracias, pero claro que propone una salida que es la de derrotar a los trabajadores, tabicar la posibilidad de unir obreros con inmigrantes, clase trabajadora con movimientos feministas, etc. Es decir que si la estrategia revolucionaria debe proponerse que el movimiento obrero “hegemonice” a la miríada de sectores sociales medios OPRIMIDOS, la contrarrevolución se plantea dividir esta unión, y ganar a estos sectores para una salida bonapartista. A la argumentación de los compañeros Dal Maso y Rosso le agregaría que esto comienza a ser “acuciante”, y que la pelea porque exista una organización internacional revolucionaria, es importante y urgente al mismo tiempo.


Después creo que Aiziczon aunque lo distancia y diferencia, “erra” en mencionar en este debate a la autollamada “nueva izquierda”, como si fueran una expresión (que él critica, claro) de los MMSS. Mientras que los movimientos sociales y políticos que menciono acá y que mencionan los compañeros, aportan elementos nuevos y creativos a pensar la estrategia y enriquecer el programa, la “nueva izquierda” se atragantó con el derrotismo del autonomismo, con el conformismo mínimamente estatalista de los gobiernos antineoliberales, y con el rutinarismo de las organizaciones estudiantiles y sindicales moldeadas por corrientes burguesas. Los “MMSS” giran a izquierda, y la “nueva izquierda” gira a derecha defendiendo, en Argentina, una versión rosa no del chavismo sino del más degradado kirchnerismo.

Hilando un programa: la Comuna es solo el comienzo

Comparto la reflexión sobre el programa y la importancia de las consignas “democrático radicales” para consolidar la “hegemonía”. Ese programa, el que aplicamos como política cotidiana desde el Zanon aliado al MTD, hasta el diputado ceramista que quiere que la burocracia estatal no sea una esponja de recursos materiales, es una enorme palanca para apoyarnos y tirar, ejemplificar, etc. Sí, de todos modos, pienso que, obviamente, la propia emergencia de la clase trabajadora, y también de movimientos democráticos, van a enriquecer, superar y complejizar ese programa que, como ponen los compañeros, viene desde la Comuna, fue retomado por Lenin, y reivindicado por León Trotsky. Creo que hay cuestiones (las sexuales, por ejemplo, o el problema de la destrucción del medio ambiente, por poner unas) que obligan a “repensar” el programa de la vieja y querida Comuna de París por lo que, en ese sentido, el programa que arriesgan los compañeros, que comparto, es solamente el inicio, y no el fin. El otro día, leyendo el primer post de Aiziczon, discutíamos con el compañero Sebastián (que escribe en los blogs) una duda lícita: ¿cómo serían los “órganos de poder obrero” y su relación con la Asamblea Constituyente, y cómo se apoyaría el poder obrero en sectores pro “soviéticos” en un Estado obrero en la actualidad? Da para reflexionar.

lunes, 8 de abril de 2013

Entre la hegemonía posible y la hegemonía deseable (Fernando Aiziczon)


Soñar con Oriente, despertar en Occidente… (Latinoamericano)

Se dice por ahí que uno puede estar equivocado en el modo de tener razón. La clase obrera puede liberarse a sí misma o también puede dejarse dominar y con ello sepultar a toda la humanidad. Seguirá, lo sepa o no, siendo el engranaje que mueve al capital. Nada puede reemplazarla en esa posición estratégica. Sin embargo… 
No es lo mismo dialogar con el sentido común que confrontarlo cerradamente. En nuestro caso “dialogar” es comprender que el sentido común no se limita a una percepción más o menos errada de las cosas; muy por el contrario, el sentido común es tal porque (re)crea la realidad de la cual es expresión; por caso, allí están los movimientos sociales buscando ampliar los alcances de la democracia liberal. Esa real realidad es el punto de partida de mis argumentos, y no, como parecen suponer FR y JDM, de una voluntad de defensa retórica de tradiciones revolucionarias sobre las cuales habría que realizar una operación de aggiornamiento político “a la Bensaid”.
Menciono los movimientos sociales adrede porque fueron ellos los que revitalizaron (“el educador necesita ser educado”) la discusión al interior del marxismo, abriendo la cuestión sobre la hegemonía posible. La clase obrera, sentenciada a muerte o resucitada según la época, sigue su lucha, nadie lo duda, pero fragmentada y bajo un barniz reformista que por poco no la convierte en una estatua viviente (todo lo contrario a pensar de que “todavía tiene prácticas en las que predomina el sindicalismo”, según FR y JDM). Y mientras desde escasas corrientes del marxismo se busca vivificarla insistiendo en que es ella quien echa a andar al capital, los movimientos sociales perseveran en seguir emergiendo bajo múltiples ropajes y demandas: Indignados o lo que fuere, fácil es echarles todo el fardo aludiendo a su carácter “populista” o a su extralimitación en los marcos de la “democracia burguesa”. Repetir eso es, simplemente, repetir. 
El problema con los (nuevos) movimientos sociales, organizaciones que llegaron para quedarse, es que no acompañan su praxis con una reflexión estratégica que busque derribar al capitalismo, a la vez que son expresión de malestar contra él. Toda su ambigüedad y su debilidad relativa se reduce a eso. A pesar de ello, no dejan de presentarse como formas de resistencia o expresiones subalternas sobre las cuales no habría por qué echar condenas de antemano, siempre y cuando se comprenda su origen.
Gran parte de estos movimientos emergieron por demandas ecológicas, de género, de derechos cívicos, entre otras, sin experimentar en sus luchas ningún tipo de solidaridad obrera. ¿Por qué? Porque en su amanecer no la encontraban o no la necesitaban, lo cual también debe advertir en la necesidad de comprender su disociación del eje capital-trabajo.
Otro punto no menor es que muchos de estos movimientos son conformados en sus orígenes por activistas que antaño depositaron sus expectativas en el sujeto en cuestión (obrero) y en las organizaciones que decían representarlos, pero, o se cansaron de apostar a un sujeto que permanecía anquilosado, o en el mejor de los casos cayeron en la cuenta de que lo más dinámico y revolucionario pasaba por otras organizaciones no obreras y que además se presentaban menos cerradas organizativa e ideológicamente.
Finalmente, están las organizaciones autodenominadas “nueva izquierda” o “izquierda independiente”, básicamente barrial-estudiantiles, cuya identidad medular demostró ser, con el paso del tiempo, el no parecerse a la izquierda organizada en partidos, motivo por el cual usan el viejo truco de postularse como “lo nuevo”, borrando para ello la palabra obrero y adoptando al mismo tiempo a líderes como Castro o Chávez.
Resumiendo, estos son parte de los interlocutores con los cuales hay que saber dialogar (más allá de como lo hizo Bensaid). Interlocutores forjados en luchas al interior de la democracia burguesa y que difícilmente piensen subordinar su identidad de origen a un movimiento obrero que demostró ningún interés por sus demandas. (Pensemos, por ejemplo, en las luchas por la legalización del aborto, o contra la megaminería a cielo abierto en el norte o el sur de argentina). 
Así las cosas, carentes de un movimiento comunista mundial que sirva de referencia ideológica, enamorados de socialismos sin revolución, derrotados por herencia, deseando al Estado como medio y fin, se comprende que la idea de hegemonía obrera, más allá de haber sido muy mal planteada, tenga mala fama o, para seguir la argumentación, prácticamente no exista en el “sentido común”. Tanto que, como decía en el post anterior, aún aquellos que comprenden perfectamente la centralidad del Capital como lugar donde se concentran (sin tocarse) todas sus broncas, deciden, por el momento, no ligarse al sujeto obrero por miedo a traicionar a su época, aunque ésta sea la gran época de la restauración capitalista vía democracia liberal. Derechos, derechos, y más derechas.
Y ésta es la gran paradoja de nuestro tiempo. Mientras lo que se tiene que mover no se mueve, lo que sí se mueve se resiste a marchar en aquella dirección. Puntos que apenas se tocan y que configuran una hegemonía posible sobre la cual trabajar. Sin embargo…

La hipótesis ceramista

Lo anterior no puede, no debe configurar por decreto el borramiento del eje capital-trabajo ni postular un único modo de práctica política porque ciertamente, la miseria de lo posible solo conduce una miseria de la política. Y para contrarrestar ese posibilismo afortunadamente tenemos a mano la experiencia de los obreros/as ceramistas de Zanón, increíblemente ignorada por la mayoría de la izquierda y los movimientos sociales a la hora de pensar la hegemonía.
Por eso está muy bien plantear que, sosteniendo contra viento y marea la perspectiva (ahora sí, dentro de la tradición marxista) conocida como hegemonía obrera, se apuntale a la vanguardia realmente existente en términos cualitativos, como parte de las tareas “preparatorias”. Se comprende el punto y de eso se trata: si el sujeto obrero no intuye que debe pelear por su emancipación y que eso incluye indefectiblemente pelear por relaciones de género sin opresión o por la libre elección de la identidad sexual, y que todo eso debe hacerse sin destruir el medio ambiente contemplando el modo en que lo conciben los pueblos originarios, entonces la práctica política sobre esas tareas es un acuerdo elemental, porque son al mismo tiempo las preocupaciones reales de mucha gente, solo que, ¿le llamaríamos a toda esa práctica política -que paradójicamente sirve para “moldear” a la vanguardia existente-, “sujeto/hegemonía obrera”, a secas? Ese y no otro es el terreno de la práctica hegemónica concreta, una práctica que hoy es mucho más compleja que cuando fue formulada, y que no puede plantearse sin aludir el otro gran concepto que Gramsci desenfunda y que rara vez se piensa: el de subalterno. 
Ahora bien, no conviene tampoco tapar al sol con lagañas. Neuquén es excepcional, quizá más que cuando comenzó a vérselo así. La ya mítica “vanguardia neuquina” no tiene parangón en otros lugares de este país, y no es nada nueva, tiene décadas de lucha y experiencia al hombro.
ATEN es el único sindicato docente que se lanzó al corte de rutas a inicios de 2013. De los pueblos originarios que habitan estas pampas el mapuce es sin dudas el más combativo. Ni hablar de los colectivos feministas de esa pequeña provincia. Y así hasta llegar, sin aburrir con los ejemplos, a los ceramistas de Zanón: la experiencia más radicalizada que haya dado el ciclo abierto en 2001. Por eso tampoco es causal que el único diputado de izquierda que levante la propuesta de que legisladores y funcionarios cobren lo mismo que un docente sea justamente Raúl Godoy, obrero de la ex Cerámica Zanón, hoy FASINPAT.
Pero como lo excepcional no quita lo ejemplar, y si tratamos de buscar no modelos sino guías flexibles de acción, es ciertamente desde Zanón que puede reconstruirse la posibilidad de pensar cómo encarar una hegemonía obrera hoy, rastreando los pasos que llevaron desde la recuperación de una comisión interna fabril hasta la obtención de la banca del FIT. Veamos.
Zanón siempre ligó su lucha a demandas regidas por sentimientos de “justicia” emanados del “sentido común” y arraigados en el territorio delimitado en principio por Centenario, la ciudad natal del grueso de sus trabajadores, desde donde volvió la solidaridad elemental abarcando instituciones como escuelas públicas o bibliotecas populares. Solidaridad consolidada con peñas y campeonatos de fútbol, a la vez que enriquecida con el activismo de partidos de izquierda y sindicatos combativos (ATEN, CTA).
Por eso comenzaron a aflorar las consignas: la fábrica “es del pueblo” porque la patronal no pagó su deuda al Estado. El cierre y despido de obreros de Zanón bajo el pretexto del “preventivo de crisis” fue luego contestado con que la producción sirve para pagar salarios e incorporar más trabajadores, pero también para destinarse a un “plan de obras públicas” que emplee a trabajadores desocupados, propuesta que el gobierno nunca aceptó pero que se realizó mediante donaciones de los ceramistas (hospitales, escuelas, barrios pobres, inundados, etc.) y se concretó en la alianza política ocupados y desocupados (MTD-Obreros ceramistas). En otro plano, los multitudinarios recitales “sin policías” o los festejos por el Día del Niño en la fábrica, o las acciones más simbólicas como la fabricación de modelos cerámicos con nombres mapuce o la serie de poemas de Gelman, o mas recientemente la instalación de una Escuela al interior de la fábrica, son todas prácticas que le dieron a esta experiencia un prestigio inmenso en amplios sectores de la sociedad neuquina logrando traspasar fronteras nacionales.
Ahora bien, fue ese vasto plafón de matices comunitario, barrial, sindical, económico, político y cultural, el que selló la adhesión militante merced a que muchos vieron también ahí, muy en sintonía con el “que se vayan todos”, rasgos consejistas, esbozos de autogestión, de autoorganización, de democracia asamblearia, en fin, de lo que se puede considerar, siguiendo a Gramsci, como “sentimientos espontáneos de las masas”. Y aquí es donde puede ubicarse una buena pregunta en relación a lo que venimos debatiendo: “¿puede la teoría moderna encontrarse en oposición con los sentimientos "espontáneos" de las masas?”.Recordemos que en Gramsci el concepto de “espontáneo” es inescindible de lo considerado como “conciente”. Continúa:
“(Espontáneo…en el sentido de no debidos a una actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente, sino formados a través de la experiencia cotidiana iluminada por el sentido común, o sea, por la concepción tradicional popular del mundo, cosa que muy pedestremente se llama "instinto" y no es sino una adquisición histórica también él, sólo que primitiva y elemental). No puede estar en oposición: hay entre una y otros diferencia "cuantitativa", de grado, no de cualidad: tiene que ser posible una "reducción", por así decirlo, recíproca, un paso de los unos a la otra y viceversa". (AG, Espontaneidad y dirección conciente).
Con el tiempo y la lucha (lucha que no podía “disgustar” incluso a sectores dominantes por el simple hecho de que en sus trazos gruesos Zanón también era una lucha económica, por “trabajo digno”), esa experiencia se distinguió holgadamente del resto (aquí se abre otra discusión) y supo traducirse políticamente al idioma electoral ganando una clara posición: la de la banca obrera como trinchera de denuncias y propuestas, como pueden seguirse acá), mostrando articulaciones entre luchas como la organización de “Los sin techo” de San Martín (demandas por vivienda) o los problemas edilicios en las escuelas, problemas de acceso a “espacios libres” (demandas cívicas), la idea del camping social (demandas ecologistas), o apoyando el barrio intercultural logrado a través de la lucha de los mapuce por recuperar sus tierras a manos del Ejército (demandas interculturales).
Esa es la actualidad de Zanón, una experiencia que hoy se proyecta como hegemónica, sin dudas, pero posible por aquella historia previa. La hipótesis ceramista es una guía, pero habría que pensar otros escenarios, como el de Córdoba, donde la izquierda del FIT también posee representación parlamentaria pero su experiencia es casi opuesta al caso neuquino: la banca del FIT no está precedida por ninguna lucha obrera aunque goza de simpatías “ciudadanas” suficientes para repetir mandato; Córdoba es la cuna de la tradición combativa clasista pero hoy está lejos de ella, es decir, posee un enorme movimiento obrero y estudiantil, de sectores estratégicos como el automotriz, pero adormecido y burocratizado; por el contrario, los sectores que más ruido hicieron son los afectados por el modelo de monocultivo de soja, constituyendo la única protesta que contiene en su seno, bajo formato “cívico”, la impugnación integral del modelo kirchnerista.