lunes, 8 de abril de 2013

Entre la hegemonía posible y la hegemonía deseable (Fernando Aiziczon)


Soñar con Oriente, despertar en Occidente… (Latinoamericano)

Se dice por ahí que uno puede estar equivocado en el modo de tener razón. La clase obrera puede liberarse a sí misma o también puede dejarse dominar y con ello sepultar a toda la humanidad. Seguirá, lo sepa o no, siendo el engranaje que mueve al capital. Nada puede reemplazarla en esa posición estratégica. Sin embargo… 
No es lo mismo dialogar con el sentido común que confrontarlo cerradamente. En nuestro caso “dialogar” es comprender que el sentido común no se limita a una percepción más o menos errada de las cosas; muy por el contrario, el sentido común es tal porque (re)crea la realidad de la cual es expresión; por caso, allí están los movimientos sociales buscando ampliar los alcances de la democracia liberal. Esa real realidad es el punto de partida de mis argumentos, y no, como parecen suponer FR y JDM, de una voluntad de defensa retórica de tradiciones revolucionarias sobre las cuales habría que realizar una operación de aggiornamiento político “a la Bensaid”.
Menciono los movimientos sociales adrede porque fueron ellos los que revitalizaron (“el educador necesita ser educado”) la discusión al interior del marxismo, abriendo la cuestión sobre la hegemonía posible. La clase obrera, sentenciada a muerte o resucitada según la época, sigue su lucha, nadie lo duda, pero fragmentada y bajo un barniz reformista que por poco no la convierte en una estatua viviente (todo lo contrario a pensar de que “todavía tiene prácticas en las que predomina el sindicalismo”, según FR y JDM). Y mientras desde escasas corrientes del marxismo se busca vivificarla insistiendo en que es ella quien echa a andar al capital, los movimientos sociales perseveran en seguir emergiendo bajo múltiples ropajes y demandas: Indignados o lo que fuere, fácil es echarles todo el fardo aludiendo a su carácter “populista” o a su extralimitación en los marcos de la “democracia burguesa”. Repetir eso es, simplemente, repetir. 
El problema con los (nuevos) movimientos sociales, organizaciones que llegaron para quedarse, es que no acompañan su praxis con una reflexión estratégica que busque derribar al capitalismo, a la vez que son expresión de malestar contra él. Toda su ambigüedad y su debilidad relativa se reduce a eso. A pesar de ello, no dejan de presentarse como formas de resistencia o expresiones subalternas sobre las cuales no habría por qué echar condenas de antemano, siempre y cuando se comprenda su origen.
Gran parte de estos movimientos emergieron por demandas ecológicas, de género, de derechos cívicos, entre otras, sin experimentar en sus luchas ningún tipo de solidaridad obrera. ¿Por qué? Porque en su amanecer no la encontraban o no la necesitaban, lo cual también debe advertir en la necesidad de comprender su disociación del eje capital-trabajo.
Otro punto no menor es que muchos de estos movimientos son conformados en sus orígenes por activistas que antaño depositaron sus expectativas en el sujeto en cuestión (obrero) y en las organizaciones que decían representarlos, pero, o se cansaron de apostar a un sujeto que permanecía anquilosado, o en el mejor de los casos cayeron en la cuenta de que lo más dinámico y revolucionario pasaba por otras organizaciones no obreras y que además se presentaban menos cerradas organizativa e ideológicamente.
Finalmente, están las organizaciones autodenominadas “nueva izquierda” o “izquierda independiente”, básicamente barrial-estudiantiles, cuya identidad medular demostró ser, con el paso del tiempo, el no parecerse a la izquierda organizada en partidos, motivo por el cual usan el viejo truco de postularse como “lo nuevo”, borrando para ello la palabra obrero y adoptando al mismo tiempo a líderes como Castro o Chávez.
Resumiendo, estos son parte de los interlocutores con los cuales hay que saber dialogar (más allá de como lo hizo Bensaid). Interlocutores forjados en luchas al interior de la democracia burguesa y que difícilmente piensen subordinar su identidad de origen a un movimiento obrero que demostró ningún interés por sus demandas. (Pensemos, por ejemplo, en las luchas por la legalización del aborto, o contra la megaminería a cielo abierto en el norte o el sur de argentina). 
Así las cosas, carentes de un movimiento comunista mundial que sirva de referencia ideológica, enamorados de socialismos sin revolución, derrotados por herencia, deseando al Estado como medio y fin, se comprende que la idea de hegemonía obrera, más allá de haber sido muy mal planteada, tenga mala fama o, para seguir la argumentación, prácticamente no exista en el “sentido común”. Tanto que, como decía en el post anterior, aún aquellos que comprenden perfectamente la centralidad del Capital como lugar donde se concentran (sin tocarse) todas sus broncas, deciden, por el momento, no ligarse al sujeto obrero por miedo a traicionar a su época, aunque ésta sea la gran época de la restauración capitalista vía democracia liberal. Derechos, derechos, y más derechas.
Y ésta es la gran paradoja de nuestro tiempo. Mientras lo que se tiene que mover no se mueve, lo que sí se mueve se resiste a marchar en aquella dirección. Puntos que apenas se tocan y que configuran una hegemonía posible sobre la cual trabajar. Sin embargo…

La hipótesis ceramista

Lo anterior no puede, no debe configurar por decreto el borramiento del eje capital-trabajo ni postular un único modo de práctica política porque ciertamente, la miseria de lo posible solo conduce una miseria de la política. Y para contrarrestar ese posibilismo afortunadamente tenemos a mano la experiencia de los obreros/as ceramistas de Zanón, increíblemente ignorada por la mayoría de la izquierda y los movimientos sociales a la hora de pensar la hegemonía.
Por eso está muy bien plantear que, sosteniendo contra viento y marea la perspectiva (ahora sí, dentro de la tradición marxista) conocida como hegemonía obrera, se apuntale a la vanguardia realmente existente en términos cualitativos, como parte de las tareas “preparatorias”. Se comprende el punto y de eso se trata: si el sujeto obrero no intuye que debe pelear por su emancipación y que eso incluye indefectiblemente pelear por relaciones de género sin opresión o por la libre elección de la identidad sexual, y que todo eso debe hacerse sin destruir el medio ambiente contemplando el modo en que lo conciben los pueblos originarios, entonces la práctica política sobre esas tareas es un acuerdo elemental, porque son al mismo tiempo las preocupaciones reales de mucha gente, solo que, ¿le llamaríamos a toda esa práctica política -que paradójicamente sirve para “moldear” a la vanguardia existente-, “sujeto/hegemonía obrera”, a secas? Ese y no otro es el terreno de la práctica hegemónica concreta, una práctica que hoy es mucho más compleja que cuando fue formulada, y que no puede plantearse sin aludir el otro gran concepto que Gramsci desenfunda y que rara vez se piensa: el de subalterno. 
Ahora bien, no conviene tampoco tapar al sol con lagañas. Neuquén es excepcional, quizá más que cuando comenzó a vérselo así. La ya mítica “vanguardia neuquina” no tiene parangón en otros lugares de este país, y no es nada nueva, tiene décadas de lucha y experiencia al hombro.
ATEN es el único sindicato docente que se lanzó al corte de rutas a inicios de 2013. De los pueblos originarios que habitan estas pampas el mapuce es sin dudas el más combativo. Ni hablar de los colectivos feministas de esa pequeña provincia. Y así hasta llegar, sin aburrir con los ejemplos, a los ceramistas de Zanón: la experiencia más radicalizada que haya dado el ciclo abierto en 2001. Por eso tampoco es causal que el único diputado de izquierda que levante la propuesta de que legisladores y funcionarios cobren lo mismo que un docente sea justamente Raúl Godoy, obrero de la ex Cerámica Zanón, hoy FASINPAT.
Pero como lo excepcional no quita lo ejemplar, y si tratamos de buscar no modelos sino guías flexibles de acción, es ciertamente desde Zanón que puede reconstruirse la posibilidad de pensar cómo encarar una hegemonía obrera hoy, rastreando los pasos que llevaron desde la recuperación de una comisión interna fabril hasta la obtención de la banca del FIT. Veamos.
Zanón siempre ligó su lucha a demandas regidas por sentimientos de “justicia” emanados del “sentido común” y arraigados en el territorio delimitado en principio por Centenario, la ciudad natal del grueso de sus trabajadores, desde donde volvió la solidaridad elemental abarcando instituciones como escuelas públicas o bibliotecas populares. Solidaridad consolidada con peñas y campeonatos de fútbol, a la vez que enriquecida con el activismo de partidos de izquierda y sindicatos combativos (ATEN, CTA).
Por eso comenzaron a aflorar las consignas: la fábrica “es del pueblo” porque la patronal no pagó su deuda al Estado. El cierre y despido de obreros de Zanón bajo el pretexto del “preventivo de crisis” fue luego contestado con que la producción sirve para pagar salarios e incorporar más trabajadores, pero también para destinarse a un “plan de obras públicas” que emplee a trabajadores desocupados, propuesta que el gobierno nunca aceptó pero que se realizó mediante donaciones de los ceramistas (hospitales, escuelas, barrios pobres, inundados, etc.) y se concretó en la alianza política ocupados y desocupados (MTD-Obreros ceramistas). En otro plano, los multitudinarios recitales “sin policías” o los festejos por el Día del Niño en la fábrica, o las acciones más simbólicas como la fabricación de modelos cerámicos con nombres mapuce o la serie de poemas de Gelman, o mas recientemente la instalación de una Escuela al interior de la fábrica, son todas prácticas que le dieron a esta experiencia un prestigio inmenso en amplios sectores de la sociedad neuquina logrando traspasar fronteras nacionales.
Ahora bien, fue ese vasto plafón de matices comunitario, barrial, sindical, económico, político y cultural, el que selló la adhesión militante merced a que muchos vieron también ahí, muy en sintonía con el “que se vayan todos”, rasgos consejistas, esbozos de autogestión, de autoorganización, de democracia asamblearia, en fin, de lo que se puede considerar, siguiendo a Gramsci, como “sentimientos espontáneos de las masas”. Y aquí es donde puede ubicarse una buena pregunta en relación a lo que venimos debatiendo: “¿puede la teoría moderna encontrarse en oposición con los sentimientos "espontáneos" de las masas?”.Recordemos que en Gramsci el concepto de “espontáneo” es inescindible de lo considerado como “conciente”. Continúa:
“(Espontáneo…en el sentido de no debidos a una actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente, sino formados a través de la experiencia cotidiana iluminada por el sentido común, o sea, por la concepción tradicional popular del mundo, cosa que muy pedestremente se llama "instinto" y no es sino una adquisición histórica también él, sólo que primitiva y elemental). No puede estar en oposición: hay entre una y otros diferencia "cuantitativa", de grado, no de cualidad: tiene que ser posible una "reducción", por así decirlo, recíproca, un paso de los unos a la otra y viceversa". (AG, Espontaneidad y dirección conciente).
Con el tiempo y la lucha (lucha que no podía “disgustar” incluso a sectores dominantes por el simple hecho de que en sus trazos gruesos Zanón también era una lucha económica, por “trabajo digno”), esa experiencia se distinguió holgadamente del resto (aquí se abre otra discusión) y supo traducirse políticamente al idioma electoral ganando una clara posición: la de la banca obrera como trinchera de denuncias y propuestas, como pueden seguirse acá), mostrando articulaciones entre luchas como la organización de “Los sin techo” de San Martín (demandas por vivienda) o los problemas edilicios en las escuelas, problemas de acceso a “espacios libres” (demandas cívicas), la idea del camping social (demandas ecologistas), o apoyando el barrio intercultural logrado a través de la lucha de los mapuce por recuperar sus tierras a manos del Ejército (demandas interculturales).
Esa es la actualidad de Zanón, una experiencia que hoy se proyecta como hegemónica, sin dudas, pero posible por aquella historia previa. La hipótesis ceramista es una guía, pero habría que pensar otros escenarios, como el de Córdoba, donde la izquierda del FIT también posee representación parlamentaria pero su experiencia es casi opuesta al caso neuquino: la banca del FIT no está precedida por ninguna lucha obrera aunque goza de simpatías “ciudadanas” suficientes para repetir mandato; Córdoba es la cuna de la tradición combativa clasista pero hoy está lejos de ella, es decir, posee un enorme movimiento obrero y estudiantil, de sectores estratégicos como el automotriz, pero adormecido y burocratizado; por el contrario, los sectores que más ruido hicieron son los afectados por el modelo de monocultivo de soja, constituyendo la única protesta que contiene en su seno, bajo formato “cívico”, la impugnación integral del modelo kirchnerista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario