miércoles, 20 de marzo de 2013

Hegemonía, Igualitarismo democrático y Anticapitalismo (una respuesta a Fernando Aiziczon)


El sentido común con el que dialoga Bensaïd en su artículo "Frente Único y Hegemonía"  es del de una sumatoria de movimientos sociales que luchan por ampliar distintos derechos en el marco de la democracia. Idea que es congruente con distintas propuestas de "llevar la democracia hasta el final" que a su vez tienen complemento en una teoría de un estado postcapitalista "combinado": soviets como organismo de democracia proletaria y asamblea nacional basada en el sufragio universal como institución de la democracia ciudadana. Y, como consecuencia lógica, un partido que diluye o cambia su carácter proletario y se transforma en una suma de movimientos. 

Y esto tiene relación con  lo que dice Fernando Aiziczon (FA) en su artículo "Los problemas de la intuición hegemónica", sobre el asunto de cómo articular una política que dialogue con los movimientos realmente existentes y a su vez vaya en el sentido de la hegemonía obrera. Él parecería afirmar: "está bien la discusión teórica y la lucha por mantener un punto de vista correcto en clave de la tradición clásica, pero el problema es cómo se logra articular una política hegemónica en la realidad. En ese sentido, las 'recaídas' de Bensaïd en una posición contraria a la hegemonía de la clase obrera son expresión de las dificultades para la constitución de esa hegemonía, aún más desde el punto de vista de las prácticas de la izquierda".

Una primera respuesta a las preguntas que retóricamente se (y nos) hace F.A. es que el abandono de la perspectiva de la "hegemonía obrera" en Bensaid (y tantos otros) no se debe al desconocimiento como afirma correctamente, sino a la adaptación (es decir a empezar a considerar relativamente inmodificables) a las condiciones derivadas de las derrotas de la clase obrera durante el período llamado "neo-liberal" y a una realidad que, efectivamente, puso en cuestión para el sentido común la potencialidad hegemónica de la clase obrera. El posmodernisimo con sus alas derechas e izquierdas (Negri, Holloway) fue la expresión ideológica de estos años de reacción, y ese fue el contexto aparente de la "inevitable tentación del atajo".

Hay formas varias de seguir la discusión, empezando por plantear que, desde el punto de vista práctico, la lucha por una política "hegemónica" tiene el rol de contrapesar las presiones derivadas de una inserción creciente en un movimiento obrero que todavía tiene prácticas en las que predomina el sindicalismo, es decir que las experiencias tendientes a desarrollar políticas "hegemónicas" son todavía preparatorias, a escala limitada y todavía no mueven fuerzas sociales significativas (como fue, para poner un ejemplo conocido por F.A., la alianza entre el SOECN y el MTD en los momentos más duros de la lucha de Zanon).

Una tarea preparatoria de actualidad es  la lucha por la "educación" de la vanguardia de la clase obrera con políticas de perspectiva "hegemónica". Por eso, por ejemplo, el desarrollo de agrupaciones o movimientos de mujeres no tiene un mero interés táctico para el crecimiento cuantitativo del partido, sino un interés más estratégico para "moldear a la vanguardia" (y moldearnos nosotros mismos por aquello de que "el educador merece ser educado") no sólo en la intuición, sino en la necesidad estratégica de la hegemonía, es decir, contienen un aspecto cualitativo. E inversamente imponen combatir en los movimientos por fracciones que comprendan que su emancipación "hasta el final" y el fin de los agravios que sufren es imposible bajo el reinado del Capital, al que sólo un sujeto (que no es supuesto, sino real) puede destruir desde sus cimientos. Y lo mismo puede afirmarse de los movimientos ecologistas, o simplemente aquellos que reclaman una democracia más generosa o se manifiestan contra la "burocratización creciente de la democracia".

Un ejemplo "práctico": las demandas democrático-radicales

Una de las cuestiones a tratar desde el punto de vista teórico para responder a la indagación de F.A., es la relación entre las demandas democráticas en el programa marxista y la perspectiva socialista; y cómo se podrían articular en clave "hegemónica" (es decir que permitan a la clase obrera conquistar la "jefatura" de los demás sectores oprimidos de la sociedad).

En general, las corrientes que buscan articular "democracia" y "socialismo" (las comillas van porque así planteadas son dos grandes abstracciones en las que entra de todo), hacen especial hincapié en la institución del sufragio. Como el sufragio garantiza una igualdad formal, su incorporación a una "democracia socialista", sería la forma de tener una representación más amplia que la de una democracia estrictamente basada en soviets, más fácilmente manipulable hacia el totalitarismo. Desde esta perspectiva, la "profundización de la democracia" va de la mano con la lucha por el socialismo y resulta premisa ineludible de esta última.

Mucho menos tenida en cuenta es la relación entre el igualitarismo democrático y la lucha por el socialismo. Nos referimos a las demandas y consignas que hizo propias la Comuna de París, que provenían del jacobinismo y son la clave de una democracia más generosa: que todos los cargos públicos tengan la misma remuneración de un obrero o una maestra, que sean revocables, que se haga una cámara única de representantes que tome las funciones legislativas y ejecutivas y se termine la institución presidencial, que los jueces sean elegidos por el pueblo, entre otras. Este programa fue rescatado por Lenin en El Estado y la Revolución, en que el Estado-Comuna se complementaba con los soviets para generar una teoría del Estado proletario y su institucionalidad opuesta por el vértice a la de la democracia burguesa. A tal punto fue la importancia que le dio Lenin a estas consignas, que consideraba que significaban un "viraje" de la democracia burguesa a la democracia proletaria.

Dice Lenin, "En este sentido, es singularmente notable una de las medidas decretadas por la Comuna, que Marx subraya: la abolición de todos los gastos de representación, de todos los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la reducción de los sueldos de todos los funcionarios del Estado al nivel del "salario de un obrero ". Aquí es precisamente donde se expresa de un modo más evidente el viraje de la democracia burguesa a la democracia proletaria, de la democracia de la clase opresora a la democracia de las clases oprimidas, del Estado como "fuerza especial " para la represión de una determinada clase a la represión de los opresores por la fuerza conjunta de la mayoría del pueblo, de los obreros y los campesinos. ¡Y es precisamente en este punto tan evidente -- tal vez el más importante, en lo que se refiere a la cuestión del Estado -- en el que las enseñanzas de Marx han sido más relegadas al olvido! (el resaltado es nuestro)

En el mundo actual, la degradación de la democracia burguesa, en la que incluso muchas veces ni siquiera se respetan los resultados obtenidos en el propio sistema organizado por el Estado, hace que los fenómenos políticos predominantes a nivel internacional tomen de algún modo este problema, planteando la cuestión de que la casta política al servicio de la clase dominante no representa a las mayorías: los indignados en el Estado Español, el "yo soy 132" mexicano, o el mismo "que se vayan todos" argentino. La extensión de las democracias a nivel planetario (las causas de este fenómeno merecen otra discusión), junto con el "neoliberalismo", ha generado un sentido común de que es el único sistema posible, pero a su vez un gran desprestigio de sus principales instituciones, en menor medida del sufragio, pero incluso con expresiones que cuestionan que el sufragio sea el único modo de intervención de las masas en la vida política, como las antes mencionadas.

En este marco, las consignas "democrático-radicales" de la Comuna, aunque se mantengan en el estricto terreno de las formas políticas, tienden a tener un valor más cercano al rechazo al capitalismo o mejor dicho, al cuestionar la forma en que la burguesía extendió su dominación durante los años de restauración burguesa (democracias degradadas bajo el neoliberalismo), plantea una posible continuidad entre el igualitarismo de las consignas democrático radicales y la posición de clase del marxismo, que va del cuestionamiento de la casta que administra el sistema a las relaciones que componen el sistema mismo. En este sentido adoptan un carácter "transitorio". renuevan su fuerza vital en el mundo actual y permiten el desarrollo de una política "hegemónica" desde la clase obrera hacia el resto de los sectores oprimidos que cuestionan sus formas políticas de dominio degradadas.  Facilitan en el combate práctico la tarea de develar las relaciones entre estos "límites" de la democracia burguesa y los fundamentos económicos y las necesidades de la dominación de clase, es decir, habilitan o allanan el camino la compresión en las masas que tienen aspiraciones del tipo "gobierno barato" y que esta resolución está totalmente ligada a la "expropiación de los expropiadores".

Reafirma Lenin "La completa elegibilidad y la amovibilidad en cualquier momento de todos los funcionarios sin excepción; la reducción de su sueldo a los límites del "salario corriente de un obrero": estas medidas democráticas, sencillas y 'evidentes por sí mismas', al mismo tiempo que unifican en absoluto los intereses de los obreros y de la mayoría de los campesinos, sirven de puente que conduce del capitalismo al socialismo".

El proyecto de Ley presentado por Raúl Godoy en Neuquén para que los diputados y funcionarios ganen lo mismo que una maestra, ligado directamente con la durísima lucha que llevan adelante las/os trabajadoras/es de la educación nequinos, es un ejemplo de cómo, partiendo de la tradición marxista clásica, pueden realizarse experiencias que a su vez planteen la necesidad de nuevas reflexiones acerca de cómo se articula una política hegemónica, en este caso, ligando el igualitarismo democrático, la lucha de clases y el cuestionamiento del régimen político que está al servicio de las relaciones de explotación. Y no es, como muchas veces se dice, una "excepcionalidad neuquina", sino producto de una práctica política que parte de las premisas de la realidad pero para incidir en ella de forma revolucionaria.  

JDM/FR

sábado, 9 de marzo de 2013

Los problemas de la intuición hegemónica (post de Fernando Aiziczon)


Más allá de las especificidades históricas del debate (que las tiene y es bueno el aporte del blog en ese sentido), hay dos nudos que se reiteran y no se terminan de desatar: la cuestión de la centralidad del Sujeto obrero (es decir, la validez de un supuesto y las conclusiones que de ahí se sacan) y la cuestión de cómo ocurrirá la convergencia de movimientos sociales que también resisten someterse al capital (punto en el cual la discusión estratégica parecer caer en saco roto). Curiosamente, este último dato –el capital como el enemigo central y núcleo ontológico de las identidades políticas y sociales- persiste objetivamente, pero tal realidad no es aceptada en todas sus consecuencias; si así lo fuera, creo que no tendría mayor sentido discutir lo anterior.

Parece entonces que el problema de la hegemonía tiene una faceta visible que es la que desarrollan los post (una discusión estrictamente histórico-política, sobre la que se puede discutir toda la vida) y otra menos evidente, que probablemente se comprenda mejor si se estudia el horizonte cultural de época –algo a lo que Gramsci prestaba especial atención-, horizonte que, si se demuestra tan decisivo como para relativizar el análisis histórico-político, es porque su abordaje no puede demorarse mucho más.

Esto es así porque una cosa es el análisis del itinerario de un concepto, otra es el concepto en sí, y otra muy distinta es la política concreta que sugiere el concepto para una situación histórica determinada. Si Hegemonía puede definirse grosso modo como dominio de una entidad sobre otras de igual tipo (una clase sobre otra), la política del concepto dirá cómo o mediante qué medios se logra esa situación.

Es relativamente fácil establecer situaciones de dominio o de hegemonía, lo difícil es prescribir cómo es posible subvertirlas, cómo lograr que las clases oprimidas comprendan que para conocerse a ellas mismas deben primero comprender el sistema de relaciones en las que, además, están tan envueltas como dominadas… 

El problema de la hegemonía es entonces de orden práctico: ¿cómo lograr que el dominado domine? Se lo puede explicar, pero es mucho más compleja la traducción de esa explicación al campo de la acción. Ahí nadie sabe cómo se sigue.

Hay que insistir en que existe un vínculo hegemónico no explícito: comprendemos a las masas en su dolor –Chávez is dead- pero no sabemos por qué no rompen con su condición de subalternas, o a lo sumo diríamos que el “sentido común” se lo impide, o peor aún, que el dolor para con el líder refuerza la imposibilidad de esa ruptura. El problema ahora no se restringe a que el vínculo hegemónico no se muestre como tal, sino que las mismas clases en su composición contienen en su interior, de modo incorporado, diversas dosis de dominación (de ahí la lucidez de Trotsky al describirlas como desgarradas por antagonismos interiores y, por lo tanto, susceptibles de ser representadas por partidos burgueses). 


Todo este rodeo apunta a las dificultades que se manifiestan para abrir más el debate en torno a la noción de hegemonía, una noción que abarca otras dimensiones centrales que curiosamente no se abordan, como por ejemplo, la cultural.

Sin entrar en ese tema –el cultural- vuelvo a insistir con lo anterior: ¿por qué es difícil entonces avanzar?, por algo que yo llamaría la “intuición hegemónica”, intuición que apunta a ir en contra de lo que Bensaid denomina la “acepción autoritaria” del término (las reivindicaciones fijadas a priori en función de su pertenencia de clase versus la “acepción democrática” que permite vincular una multiplicidad de antagonismos en la lucha por el poder), algo así como comprender la razón hegemónica revolucionaria pero sospechar de su aplicabilidad para estos tiempos. Sospechar no debe comprenderse como una forma de pesimismo o derrotismo, al contrario, sospechar es persistir en indagar –una y otra vez, igual que los títulos de los reiterados post- a fondo de si, una vez que es esclarecida la cuestión histórico-política de la hegemonía, por qué entonces resulta tan esquivo el camino hacia ella. 

En otras palabras, por qué un Bensaid o un NPA “recaen” en errores como el abandono de tácticas de unidad del frente proletario o de ganar a la mayoría de la clase obrera para posiciones revolucionarias, es decir, ¿por qué abandonan las dos condiciones que hacen posible la toma del poder? O ¿por qué las nuevas izquierdas, aquí y allá, abandonan al sujeto obrero, lo reemplazan por una multitud ambigua y se lanzan a la conquista de las instituciones estatales?

¿Acaso Bensaid desconoce todo esto?, pienso que al contrario, porque conoce a fondo el problema es que se deja llevar por cierta intuición. Es más, el artículo citado (“Frente único y hegemonía”) es una polémica contra el fenómeno del eurocomunismo, contra sus teóricos, y contra el abandono de la dictadura del proletariado –sin un debate serio, ¡claro!-. ¿Entonces?, el punto es si esa intuición obedece a que Bensaid busca evitar cerrarse en la certeza – o la esencia, o la pureza- del concepto, especulando un poco, por miedo a caer en la marginalidad política.

Bajando a tierra ¿si la toma del poder actualmente está tan pero tan lejos, más lejos que nunca, cómo salvar el punto en que la fidelidad a la idea de hegemonía proletaria liquida involuntariamente la propia política revolucionaria?, ¿Cómo acortar la distancia entre el pulido final del concepto-estrategia y la posibilidad de su aplicación práctica? En el contexto actual parece inevitable la tentación del atajo, y es ahí donde comienzan los problemas, las lagunas, los errores. Porque la discusión no avanza más allá de la operación de discriminación entre aquellos que entienden hegemonía de una forma u otra. Dicen FR y JDM:

“Lo ‘paradójico’ es que a lo largo de la lucha de clases en el siglo XX todos los que después de Gramsci hicieron de la cuestión de la ‘hegemonía’ su principal bandera (reformistas de distinto tono), son los que trabajaron permanentemente para evitar que la clase obrera se hiciera hegemónica, sólo por el simple hecho que su función es evitar que ‘se haga del mando.”

O:

“La respuesta a estas preguntas puede llevar, en líneas generales, a dos grandes orientaciones políticas y estratégicas. La reformista gradualista (con todas sus variantes) que pelea por la conquista permanente de posiciones en las instituciones 'privadas' o estatales que le permitan a la clase obrera hacerse fuerte social y hasta culturalmente, para conquistar 'capacidad hegemónica'. En cierta medida una forma de transpolar la estrategia de la burguesía en la revoluciones burguesas a la clase obrera. O, por el contrario, una estrategia revolucionaria que entienda la 'potencialidad hegemónica' de la clase obrera como la capacidad de forjar una alianza obrera y popular, que puede hacerse efectiva cuando en momentos de ascenso revolucionario, demuestra capacidad de decisión para hacerse del mando. Esta estrategia debe ir acompañada de un programa que incorpore las demandas de todos los sectores oprimidos por el capital, que en las sociedades actuales más complejas que la simple distinción de 'oriente' y "occidente', se multiplicaron bajo la forma de múltiples movimientos que varían incluso de país en país.”

Allí quizá el problema sea menos el ser ubicado como reformista gradualista o revolucionario que el reducir todo a una simple oposición que puede operar como estrategia que, paradójicamente, anule la voluntad hegemónica, so pena de descargar el problema en improbables “momentos de ascenso revolucionario”. En otras palabras, distinguir entre gradualista o revolucionario, a fines de construir hoy una voluntad hegemónica no resuelve el problema de cómo anclar esa anhelada estrategia revolucionaria, porque la improbable “potencialidad hegemónica” de la cual se entiende que es preciso creer, contiene en su interior la pregunta de ¿hasta dónde confiar en ella sin caer en la teleología?

En el mismo sentido, la distinción Oriente/Occidente puede –o quizá debe- entenderse, por el contrario, como una metáfora que alude a distintas tradiciones de lucha, o si se prefiere, culturas políticas o niveles de combatividad de clase: ¿cómo anclar una estrategia revolucionaria en una sociedad que carece de esas experiencias? ¿Cómo se logra la “conquista previa” de la hegemonía o se da alcance a la “reforma intelectual y moral” en contextos de una marginalidad política prolongada de la izquierda revolucionaria? 

Insisto, el problema no es la certeza del análisis –certeza de la cual no dudo y con el cual acuerdo-, el problema está en la traducción de ese debate a una realidad histórica concreta tallada como nunca por el culto a la diversidad: allá el eurocomunismo, acá el reformismo estatista posneoliberal o las variopintas izquierdas independientes latinoamericanistas. Allá el abandono de la dictadura del proletariado, acá el abandono de la idea de revolución. En el medio, el movimiento obrero…

En este contexto, si no hay traducción, probablemente no haya posibilidad concreta de práctica hegemónica real, a menos que se vaya al choque frontal contra la idea de pluralidad…esa que aplana las jerarquías en función de la prevalencia de lógicas autónomas (caso COMPA).

Dice Bensaid: “Tomada en un sentido estratégico, el concepto de hegemonía es irreductible a un inventario o a una suma de antagonismos equivalentes”, pero después Bensaid se vuelve oscuro y asume –y no puede ser de otra manera- que el capital es el principio o sujeto unificador de todas las luchas y movimientos autónomos que pululan entorno a la centralidad proletaria. ¿Entonces? Por eso, creo, Bensaid cierra su ponencia sosteniendo que el concepto de hegemonía es a la vez útil (la necesaria unidad de la pluralidad) y problemático (¿cómo definir espacios y formas de poder?). Intuye de algún modo que no hay salida a ese dilema y que es difícil sostener esa certeza en torno a la hegemonía proletaria, porque es la potencia de un razonamiento contra el espíritu de una época profundamente reformista. Queda la opción, en contra de Bensaid, de pensar que la intuición también juega un papel conservador. 

martes, 5 de marzo de 2013

Hegemonía y Frente Único (acerca de una ponencia de Daniel Bensaïd)

Este artículo de Daniel Bensaïd contiene algunos temas relacionados con el post anterior, pero con un aspecto al que no le dimos tanta importancia: la relación entre la táctica del frente único y la hegemonía (¿o debería ser la relación entre frente único y política hegemónica?). 

Reconstruyamos la argumentación de Bensaïd. 

Plantea que la cuestión de la hegemonía está relacionada desde sus orígenes con la cuestión del frente único. Ejemplos: los análisis de Marx sobre la relación entre el proletariado y los campesinos en Francia bajo Napoleón III, las elaboraciones de la socialdemocracia rusa sobre el rol dirigente del proletariado en la revolución burguesa y las polémicas entre Jaurés y Guesde, sobre los gobiernos de colaboración con la burguesía republicana. En el artículo, en líneas generales, la relación entre frente único y hegemonía se presenta como la cuestión de cuáles son las alianzas de clases que permiten al proletariado llegar al poder. 

Bensaïd se saltea los debates de la Tercera Internacional (que establecen una relación entre frente único, peso dirigente de los Partidos Comunistas en la clase obrera y lucha por el poder) y va directamente a Gramsci para plantear: 

"Es Gramsci quien amplía la cuestión del frente único fijándole por objetivo la conquista de la hegemonía política y cultural en el proceso de construcción de una nación moderna". 

Ubica las discusiones sobre el frente único, no en 1921-22, sino después de la derrota de la revolución alemana de 1923, lo cual a nuestro entender se desliza al planteo de que el FU es una política más permanente para conquistar hegemonía, opuesta sutilmente a la estrategia de toma del poder por la clase obrera, todo ello sostenido en que la diferencia de condiciones entre Rusia y Europa Occidental tendría características más estructurales y epocales y con menos influencia de los vaivenes de las relaciones de fuerzas. 

De esta forma irá identificando "frente único" con "hegemonía" y ésta como algo contrapuesto con un partido "orgánico" de la clase obrera (aunque no abiertamente contra la estrategia de toma del poder por la clase obrera, pero dejando la puerta abierta para esa contraposición en términos más generales). Esta identificación priva a la política de frente único de su aspecto táctico más importante: buscar la unidad del frente proletario; y directamente le recorta su aspecto estratégico: ganar a la mayoría de la clase obrera para posiciones revolucionarias. Las dos condiciones para la posibilidad de la toma del poder. El frente único devenido en "hegemonía" en los términos del Gramsci de Bensaid sólo contiene su aspecto de maniobra. Elogio de la política profana o de la política privada del principal objetivo estratégico a la que está subordinada.

Luego se delimita del eurocomunismo y dice: "El concepto de hegemonía implica entonces en Gramsci la articulación de un bloque histórico en torno a una clase dirigente, y no la simple adición no diferenciada de la categoría de descontentos, la formulación de un proyecto político capaz de solucionar una crisis histórica de la nación y del conjunto de las relaciones sociales."

Embarcado en batallar contra las posiciones posmodernas y postmarxistas, Bensaïd busca en la concepción de Lenin sobre la relación entre partido y clase, la clave para una concepción amplia de la autonomía de la política, que permita establecer un nexo difuso entre representación política e interés de clase:


"La distinción fundadora entre el partido y la clase abría, en efecto, la perspectiva de una autonomía relativa y de una pluralidad de la política: si el partido no se confunde ya con la clase, esta última puede dar lugar a una pluralidad de representaciones. En el debate de 1921 sobre los sindicatos, Lenin fue lógicamente de los que experimentaron la necesidad de sostener una independencia de los sindicatos hacia los aparatos del Estado. Incluso si no sacara todas las consecuencias, su problemática implicaba el reconocimiento de una “pluralidad de antagonismos y puntos de rupturas”. La cuestión de la hegemonía, prácticamente presente pero dejada en barbecho, podía así desembocar en un “cambio de dirección autoritario”, y en la sustitución de la clase por el partido. La ambigüedad del concepto de hegemonía debe ser despejada, ya sea en el sentido de una radicalización democrática o en el de una práctica autoritaria.

"En su acepción democrática, permite vincular una multiplicidad de antagonismos. Es necesario entonces admitir que las tareas democráticas no se reservan únicamente para la etapa burguesa del proceso revolucionario. En su acepción autoritaria, la naturaleza de clase de cada reivindicación es fijada a priori (como burguesa, pequeño-burguesa o proletaria) por la infraestructura económica. La función de la hegemonía se reduce, entonces, a una táctica 'oportunista' de alianzas que fluctúan y varían de acuerdo a las circunstancias. La teoría del desarrollo desigual y combinado obligaría, en cambio, 'a una extensión incesante de las tareas hegemónicas' en detrimento de un 'socialismo puro'."

Desde esta lectura, asigna a la cuestión de la hegemonía el siguiente rol: "La introducción del concepto de hegemonía modifica la visión de la relación entre el proyecto socialista y las fuerzas sociales susceptibles de realizarlo. Impone renunciar al mito de un gran Sujeto de la emancipación. Modifica también la concepción de los movimientos sociales, que no son más movimientos 'periféricos' subordinados a la 'centralidad obrera', sino protagonistas de pleno derecho, cuyo papel específico depende estrictamente de su lugar en una combinatoria (o articulación hegemónica) de fuerzas. La hegemonía evita ceder a la simple fragmentación incoherente de lo social o a conjurarla por un golpe de fuerza teórico, incitando a pensar el Capital como sistema y estructura, cuyo conjunto condiciona las partes."

Por último, en un intento dirigido por igual a sortear la lógica de la centralidad obrera como la de los movimientos sociales o la hegemonía como articulación de movimientos en el marco de la democracia, concluye: 

"Tomada en un sentido estratégico, el concepto de hegemonía es irreducible a un inventario o a una suma de antagonismos sociales equivalentes.


"En Gramsci, hay un principio de reunión de fuerzas alrededor de la lucha de clases. La articulación de las contradicciones alrededor de las relaciones de clase no implica, sin embargo, su clasificación jerárquica en contradicciones principales y secundarias, no más que la subordinación de movimientos sociales autónomos (feministas, ecologistas, culturales) a la centralidad proletaria. Así pues, las pretensiones específicas de las comunidades indígenas de América Latina son doblemente legítimas. Históricamente, han sido expropiadas de sus tierras, oprimidas culturalmente, desposeídas de su lengua. Víctimas del rol opresivo de la mundialización mercantil y la uniformación cultural, se rebelan hoy contra los daños ecológicos, contra el saqueo de sus bienes comunes, por la defensa de sus tradiciones. Las resistencias religiosas o étnicas a los efectos de la globalización presentan la misma ambigüedad que las revueltas románticas del siglo veinte, desgarradas entre una crítica revolucionaria de la modernidad y una crítica reaccionaria y nostálgica por el tiempo pasado. La división entre estas dos críticas viene determinada por su relación con las contradicciones sociales inherentes a las relaciones antagónicas entre el capital y el trabajo. Eso no significa la subordinación de los distintos movimientos sociales autónomos a un movimiento obrero en reconstrucción permanente, sino la construcción de convergencias en donde el capital mismo es el principio activo, el gran sujeto unificador." (todos los destacados son nuestros)


Intentando dar una respuesta no dogmática o esencialista a las posiciones postmarxistas y autonomistas, Bensaïd recayó en cierto modo en una postura afín a estas lecturas. Si no se puede articular "jerárquicamente" la alianza de sectores sociales que corresponde a la hegemonía, en primer lugar, cabría aclarar que no hay hegemonía alguna, dado que no se verifica la jefatura, el liderazgo o el rol dirigente de ningún sector social sobre otro. Si en este marco, el gran sujeto unificador es el Capital mismo, cabe inferir que todos los sectores oprimidos son igualmente "anticapitalistas", como sugiere la práctica del NPA, que Bensaïd ayudó a fundar. Estas deliberadas ambivalencias teóricas tuvieron su resolución práctica en la construcción de un partido del tipo "suma dejerarquizada de movimientos" que fue impotente para intervenir en los principales eventos de la lucha de clases en Francia y hoy paga las consecuencias de su deriva estratégica. En este sentido, podría decirse que la LCR tuvo su propia deriva "eurocomunista", desde el abandono de la perspectiva de la dictadura del proletariado, pasando por las ambiguas formulaciones de apoyo a "gobiernos de ruptura con el capitalismo", hasta la más clara propuesta de "gobiernos anti-austeridad", preparando su salto al reformismo y acumulando todos  los defectos y ninguna de las virtudes de los grandes partidos reformistas del siglo pasado. La afirmación de que un partido se mide por lo que le aporta a su clase, fue una lección gramsciana olvidada por el NPA, más allá del uso que Bensaïd hizo de Gramsci.


Entendemos que las elaboraciones sobre el frente único de la Tercera Internacional (que tienen entre una de sus consecuencias lógicas la política de gobierno obrero), tenían el sentido contrario: del frente único defensivo hacia el frente único ofensivo, mediante una política hegemónica que preparase las condiciones para la lucha directa por el poder. 


Suele ocurrir que de Gramsci casi siempre se utilizan las citas que conviene al citador. En este caso, echemos mano de la siguiente“En la guerra militar, logrado el fin estratégico, destrucción del ejército enemigo y ocupación de su territorio, se da la paz. Es preciso señalar, por otro lado, que para que concluya la guerra basta con que el fin estratégico sea alcanzado sólo potencialmente; o sea, basta con que no exista duda de que un ejército no puede combatir más y que el ejército victorioso‘puede’ ocupar el territorio enemigo. La lucha política es enormemente más compleja. En cierto sentido puede ser parangonada con las guerras coloniales o con las viejas guerras de conquista, cuando el ejército victorioso ocupa o se propone ocupar en forma estable todo o una parte del territorio conquistado. Entonces, el ejército vencido es desarmado y dispersado, pero la lucha continúa en el terreno político y en el de la ‘preparación’ militar” (Lucha política y guerra militar, pág. 122 de Cuaderni del Carcere, Edizione critica dell’Istituto Gramsci a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 2001).


Una lectura con los habituales prejuicios "gramscianos" (es decir del Gramsci que vendió exitosamente Togliatti) podría hacer hincapié en la cuestión de la lucha cultural o de largo aliento, sin embargo, una lectura más atenta, más a tono con el pensamiento de Lenin y Trotsky, indica que la lucha por la hegemonía obrera no se reduce a la previa de la conquista del poder (en los términos que planteamos acá) sino que es necesario sostenerla después de acuerdo al avance o retroceso de la revolución nacional e internacional. Esto ocurre porque se puede entender la lucha por la hegemonía como un recorte sincrónico (qué alianza en tal o cual momento) o desde el punto de vista más histórico como un proceso complejo por el cual la clase obrera se hace del mando y se constituye en clase dirigente de la sociedad, lo cual incluye el antes, el durante y el después del ascenso al poder. Y precisamente, esta comparación de Gramsci entre la lucha política y las guerras de conquista, supone la toma del poder (ocupación del territorio conquistado en forma estable) y por ende excluye la contraposición entre conquista de hegemonía en general con estrategia insurreccional.
FR/JDM