miércoles, 10 de abril de 2013

Una opinión sobre el debate sobre estrategia, hegemonía y “bloque de clases” (post de Octavio Crivaro)






Creo que el debate que vienen haciendo (espero que con muchos seguidores) Juan Dal Maso/Fernando Rosso y Fernando Aiziczon, es extremadamente importante. Tanto que a pesar de que seguramente tenga poco que aportar, quería plantear algunas cuestiones.

Comparto (creo que con los tres participantes del debate) que lo que hace Bensaíd, y en cierto punto toda la izquierda en la “etapa neoliberal”, es hacer una dañina deconstrucción estratégica. A una época de ofensiva capitalista en todos los planos de la vida (y con el consiguiente retroceso del movimiento obrero, de la izquierda, del marxismo y de toda perspectiva revolucionaria), ante la cuál muchos se postraron abiertamente renegando de toda crítica anticapitalista, la discusión que plantea Bensaíd es, ni más ni menos, cómo aggiornar el marxismo a una etapa de derrota que, en últimas, considera insuperable. Por ende, toda estrategia para superar al capitalismo por la vía revolucionaria queda caduda.


Si el pensamiento del marxismo revolucionario (expresión que debería ser una redundancia, pero no lo es), apuntaba a pensar las vías (los sujetos y las “jerarquías”, y los métodos) para vencer al Estado capitalista, y en ese sentido se reflexionaba sobre los bloques de clase, la relación entre la clase trabajadora y las clases o capas subalternas, osea la “hegemonía”, etc., por el contrario, si se considera “que la etapa abierta por la revolución rusa ha sido cerrada”, como plantearon Bensaíd y la LCR, entonces toda estrategia de lucha por el poder queda añeja. Y a lo más que se puede aspirar es a luchas por reformas parciales, por “aumentar la democracia”. Entre estos preceptos, la renuncia a levantar “la dictadura del proletariado”, y la disolución de toda estrategia revolucionaria en una suma indeterminada de sujetos sin jerarquía alguna, hay una profunda lógica: la de la renuncia a la lucha anticapitalista.

Aunque Bensaíd coqueteó con discutir con las diferentes estrategias anticapitalistas antes de morir (insurrección y Huelga General, Guerra Popular Prolongada, etc.), en última instancia esto no era más que un saludo a la bandera, una formalidad, porque si se defiende una estrategia para vencer al capitalismo, aun no ha sido superada la vieja tesis (que no por vieja es dogma) demostración marxista de que por su rol en la producción la clase trabajadora sigue siendo un sujeto (plausible de ser el) organizador de un bloque de clases revolucionario. Siempre recuerdo una cita de Jameson (creo que en su libro contra el posmodernismo), donde con todo el realismo “british” se burla de los que quieren disolver a la clase trabajadora como sujeto (no ontológica, pero sí potencialmente) anticapitalista. Jameson dice jocoso, algo así, con mis palabras: y claro, los marxistas creemos que el sujeto se define en relación a los medios de producción. ¿Y cómo vamos a definirlo, sino? ¿Quién será el sujeto? ¿Las mujeres entre 20 y 35 años que se ubiquen al Oeste del Greenwich? ¿Los doctores de más de 50 años que vivan en capitales donde se hablen idiomas latinos? Jameson tiene razón contra todo el posmodernismo que es derrotista sin decirlo. Pero claro que a esta definición esquelética creo que hay que complejizarla, problematizarla.

Desde Gramsci hasta hoy, la cuestión de la “Hegemonía” se ha complejizado

Yo comparto con Aiziczon una inquietud, a la que los compañeros Dal Maso y Rosso responden algo con lo que tengo 100% de acuerdo teórico y programático, aunque creo que hay que avanzar en problematizar mejor “dónde estamos parados”, lejos de toda visión tranquilizadora. El problema de la “hegemonía” es, verdaderamente, un problemón. Gramsci, cuando reflexiona sobre los problemas de la revolución de Occidente, toma un problema real que es la imposibilidad de que la clase obrera aspire al poder del Estado sin conquistar fracciones de las múltiples clases y capas medias, por intermedio de múltiples políticas que van desde el despliegue basto de su poder revolucionario, hasta políticas culturales y, permítanme, seducciones de todo tipo. Claro que esto no es un invento de Gramsci: la política leninista hacia el campesinado, incluso “torciendo la norma programática”, fue una enorme política hegemónica de la pequeña pero dirigente clase obrera rusa hacia el enorme y heterogéneo campesinado. La Teoría de la Revolución Permanente parte también de este “objetivo estratégico”, sin el cual se cae en un obrerismo o sindicalero o puchista. Pero creo que Gramsci agrega elementos con los cuales enriquecer a la TRP, sobre todo en países centrales, sobre los que igual Trotsky reflexionó política y programáticamente mucho en los 30. Sobre todo en ver que el capitalismo diversificaba el peso de las capas medias, cooptaba nuevos sectores, etc.


Desde la posguerra, y más específicamente desde fines de los 80, al calor de esa “generalización” de democracias degradadas de la que hablan los compañeros, se han extendido y complejizado las “capas medias”, incluyendo la de los países semicoloniales como Argentina. Por ejemplo, en la Posguerra, con el surgimiento de un estudiantado de masas en numerosos países, es trascendental que el movimiento obrero que se proponga objetivos revolucionarios, debe aspirar a conducir batallones “subalternos” más amplios y con enorme peso cultural. De allí que la innovación del 68-69 de la “unidad obrero-estudiantil” sea una fundamental lección estratégica.

Si a Marx le parecían las clases medias una bolsa de papas en el 18 Brumario, la situación actual parece el Mercado Central de frutas y verduras. Esto por un lado. Por otro lado, la clase trabajadora parte de un nivel de organización, de conciencia, de experiencias, de continuidad histórica que, comparado con la época en la que escribe Gramsci, que sabemos era “dramática”, ha retrocedido años luz. Osea: la lucha por la hegemonía de la clase trabajadora sobre todos los “otros” que sufren los miles de agravios y heces que segrega el capitalismo, es más dura y más acuciante que nunca. Y por ende la discusión sobre una estrategia que se separe del sindicalismo o de “todos suman”, es clave.

De hecho, en los ejemplos que ponen todos los artículos del debate, se menciona a Zanon y su política activa hacia todos los sectores explotados por el capitalismo y sometidos por el régimen político emepenista en Neuquén. Hay más ejemplos, sin participación de militantes revolucionarios como Godoy y el PTS. Recuerdo una huelga de electricistas franceses que se negaban a cortar la luz a los barrios populares, y sí se la cortaban a los palacios de gobierno y barrios ricos. También los compañeros obreros del PTS que participan en servicios o transportes (Subte, por ejemplo), tienen que pensar este problema diariamente, para no ser vistos como uno de los que colaboran a empeorar el calvario de viajar en las metrópolis argentinas. Es lo que llamamos “política para los usuarios”, sin la cual es imposible ser “popular” en esos sectores, cuestión que ignoran adrede los sectores que se apoyan menos en esto que en el calor de dudosos lazos con el Estado (conducción del Subte).

Pero que existan tan pocos ejemplos habla 1) de cómo va a tener que “remarla” la clase obrera para arrebatarle la dirección de los “oprimidos” al Estado capitalista; 2) que toda corriente que se precie de revolucionaria y no reflexione sistemáticamente sobre ésto, colabora con la confusión en un momento en que la crisis capitalista, la emergencia de sujetos políticos de todo tipo, y el lento aparecer del movimiento obrero, pone esto a la orden del día.

Comparto el acento de Rosso y Dal Maso en este aspecto que, como se ve, veo “dramático”.

El carácter de los “movimientos sociales” y la situación subjetiva de la clase trabajadora

Más concretamente, ¿es buena la aparición de movimientos políticos (“o MMSS”) que cuestionan los rasgos degradantes de las democracias burguesas? Por supuesto que sí. Son un punto de apoyo para demostrar la degeneración que el capitalismo impone al propio régimen que entronó como “ideal” en los las últimas décadas. Compra de legisladores, coimas, apoyo a industrias que liquidan el medio ambiente, aprobación de ajustes y reformas laborales insólitas, complicidad en tragedias como la de La Plata, etc. En la base de todos los movimientos que podemos sintetizar como “indignados”, está la pútrida acción del capitalismo sobre los regímenes políticos, y en ese sentido estos movimientos son progresivos. Pero por otro lado no hay que ser ingenuos: también expresan el repliegue y el atraso de la clase trabajadora, y esto es lo que, quizá, remarcaría al compañero Aiziczon. 

La emergencia de estos sujetos plantea el nivel de crisis que ya acumulan las otrora “sacrosantas” democracias, pero también la urgencia de que el movimiento obrero se inmiscuya en esos “asuntillos”. La derecha, por ejemplo la griega, es una gran agitadora contra la degradación de las democracias, pero claro que propone una salida que es la de derrotar a los trabajadores, tabicar la posibilidad de unir obreros con inmigrantes, clase trabajadora con movimientos feministas, etc. Es decir que si la estrategia revolucionaria debe proponerse que el movimiento obrero “hegemonice” a la miríada de sectores sociales medios OPRIMIDOS, la contrarrevolución se plantea dividir esta unión, y ganar a estos sectores para una salida bonapartista. A la argumentación de los compañeros Dal Maso y Rosso le agregaría que esto comienza a ser “acuciante”, y que la pelea porque exista una organización internacional revolucionaria, es importante y urgente al mismo tiempo.


Después creo que Aiziczon aunque lo distancia y diferencia, “erra” en mencionar en este debate a la autollamada “nueva izquierda”, como si fueran una expresión (que él critica, claro) de los MMSS. Mientras que los movimientos sociales y políticos que menciono acá y que mencionan los compañeros, aportan elementos nuevos y creativos a pensar la estrategia y enriquecer el programa, la “nueva izquierda” se atragantó con el derrotismo del autonomismo, con el conformismo mínimamente estatalista de los gobiernos antineoliberales, y con el rutinarismo de las organizaciones estudiantiles y sindicales moldeadas por corrientes burguesas. Los “MMSS” giran a izquierda, y la “nueva izquierda” gira a derecha defendiendo, en Argentina, una versión rosa no del chavismo sino del más degradado kirchnerismo.

Hilando un programa: la Comuna es solo el comienzo

Comparto la reflexión sobre el programa y la importancia de las consignas “democrático radicales” para consolidar la “hegemonía”. Ese programa, el que aplicamos como política cotidiana desde el Zanon aliado al MTD, hasta el diputado ceramista que quiere que la burocracia estatal no sea una esponja de recursos materiales, es una enorme palanca para apoyarnos y tirar, ejemplificar, etc. Sí, de todos modos, pienso que, obviamente, la propia emergencia de la clase trabajadora, y también de movimientos democráticos, van a enriquecer, superar y complejizar ese programa que, como ponen los compañeros, viene desde la Comuna, fue retomado por Lenin, y reivindicado por León Trotsky. Creo que hay cuestiones (las sexuales, por ejemplo, o el problema de la destrucción del medio ambiente, por poner unas) que obligan a “repensar” el programa de la vieja y querida Comuna de París por lo que, en ese sentido, el programa que arriesgan los compañeros, que comparto, es solamente el inicio, y no el fin. El otro día, leyendo el primer post de Aiziczon, discutíamos con el compañero Sebastián (que escribe en los blogs) una duda lícita: ¿cómo serían los “órganos de poder obrero” y su relación con la Asamblea Constituyente, y cómo se apoyaría el poder obrero en sectores pro “soviéticos” en un Estado obrero en la actualidad? Da para reflexionar.

1 comentario:

  1. Como me apuntó un compañero, la "cita" que pongo de "memoria", es de Terry Eagleton, no de Jameson (los riesgos de recordar una referencia de un libro perdido)...

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